Aunque en nuestras instituciones educativas consideramos que el cuidado forma parte de nuestro ADN, sabemos que no todos los niños se sienten protegidos y van felices al colegio. No todos los profesores van con ilusión al trabajo. Antes ya era así, pero tras la COVID-19 sabemos que las situaciones difíciles se han seguido complicado: 

  • El suicidio fue en 2020 la primera causa de muerte no natural entre jóvenes de España (15 a 29 años) (Fundación Española para la Prevención del Suicidio).
  • Las cifras sobre abusos sexuales a menores se han multiplicado por cuatro entre 2018 y 2020 (Fundación ANAR, 2021).
  • El 15% de adolescentes presenta síntomas graves o moderadamente graves de depresión (UNICEF, 2022)

Estos aterradores datos esconden una realidad más amplia y compleja de sufrimiento infantil y juvenil con síntomas variados (trastornos alimenticios, problemas de sueño, conductas conflictivas, adicciones, autolesiones, ideación suicida…). Y no solo para los niños: la salud mental de los adultos también se ha visto afectada. Para el año 2030 se estima que los problemas de salud mental serán la principal causa de discapacidad en el mundo (OMS, 2023).

En la Jornada Mundial de la Paz 2021, el papa Francisco nos pidió a todos que devolviéramos a la sociedad una cultura del cuidado como un compromiso común, solidario y participativo para proteger y promover la dignidad y el bien de todos, como una disposición al cuidado, a la atención, a la compasión, a la reconciliación y a la recuperación, al respeto y a la aceptación mutuos, como camino privilegiado para construir la paz. 

Los numerosos proyectos que se están desarrollando en los centros educativos en torno al Pacto Educativo Global, entre otros, demuestran que estamos más sensibilizados y existe un creciente interés por construir una sociedad más justa y fraterna desde la escuela que fomente el cuidado emocional, la prevención de la violencia, la resiliencia y el bienestar en nuestras comunidades, aunque todavía estos buenos propósitos tengamos que re-crearlos en firmes intencionalidades “que se mantengan en el tiempo y los hagamos costumbre” (Pedro Huerta, 2023). 

Para todos queremos seguir cultivando una sociedad más compasiva y que lo sea desde los valores evangélicos de justicia y misericordia; una sociedad en la que cada persona puede desarrollar su llamada a ser en plenitud, sabiendo que la vida, la felicidad y el desarrollo integral de los demás también están en juego. Los tiempos que vivimos requieren que volvamos a nuestras raíces para salir al encuentro del otro y seguir generando espacios de comunión, diálogo y cuidado. Jesús nos enseñó cómo hacerlo: cómo cuidar a los invisibles, a los olvidados, a los niños, a los mayores, a los enfermos, a los vulnerables, cómo cuidar al prójimo, cómo cuidar la vida.

Uno de los aprendizajes más reveladores es que se puede aprender a cuidar y a cuidarse para hacer un mundo mejor para todos, siempre y cuando vivamos en un contexto en el que nos sintamos queridos, protegidos y partícipes. El alumno debe salir de la escuela sabiendo cuidar de sí mismo, teniendo relaciones positivas con los demás, sabiendo resolver conflictos, escuchar, llegar a acuerdos compartidos. Pero ¿cómo cambiar nuestras estructuras hacia una cultura basada en los cuidados? ¿Cuál puede ser la aportación de las escuelas católicas? Reafirmando nuestro compromiso de ser escuela que cuida y enseña a cuidar. Escuelas en las que creamos espacios para la prevención, intervención y sanación mediante sistemas donde a través de los modelos de enseñanza-aprendizaje, de nuestra manera de organizarnos y comunicarnos, y de liderar procesos educativos, conectemos las aulas con una nueva manera de ser y estar en el mundo desde una visión más samaritana. No solo ser compasivos con los más necesitados, sino crear estructuras más solidarias.

Es fundamental que contemos con alumnos, claustros, equipos directivos y familias que se sientan cuidados, implicados, capacitados. La cultura del cuidado se trabaja desde las raíces de la organización, e implica a todos los agentes. Requiere un liderazgo humanístico y comprometido junto con la participación de todos (equipos directivos, docentes, alumnado, familias y también proveedores externos, como las empresas de servicios de comedor, de extraescolares…). El cuidado no es solo el cumplimiento de la ley y la implementación de protocolos: va más allá, está en el centro de las relaciones, en la manera de educar y comunicar, de relacionarse, de empatizar y de generar clima de confianza, respeto y participación. Para todo ello necesitamos planes de acción desde nuestra misión, visión y valores, con inversión en recursos y evaluación de los avances obtenidos. 

Muchas organizaciones ya le estamos poniendo cabeza, corazón y manos para generar visión compartida de la cultura del cuidado donde se afrontan con determinación las resistencias; creando estructuras y capacitación para prevenir, intervenir y reparar los casos de violencia y abuso; fomentando la participación activa de la comunidad educativa y creando una red sostenible en la que las escuelas pueden compartir recursos y apoyarse mutuamente en la transformación de su cultura. 

Desde Escuelas Católicas en 2021 inauguramos el proyecto interdepartamental Shamar-Escuelas del Cuidado, para promover un compromiso común y solidario que proteja y promueva la dignidad y el bien de todos y construir juntos la cultura del cuidado que necesitamos. Este proyecto se suma a las guías ya publicadas para abordar el acoso escolar y el duelo, y la más reciente para la prevención y reparación de abusos sexuales en centros educativos, así como el Programa de Cumplimiento Normativo. Desde la Revista Educadores también hemos aportado reflexión desde los monográficos dedicados al bienestar emocional y a las escuelas del cuidado.

El Génesis 2, 15 nos alienta: “Dios puso al hombre en el jardín de Edén para que lo cultivara y lo cuidara”. Ahora estamos en el jardín del mundo, con la misión del cuidado para que todos los miembros de la comunidad educativa podamos florecer, dar frutos abundantes y desarrollar nuestra llamada a ser en plenitud según los valores del Evangelio. Trabajemos juntos para alcanzar un pacto de escuela centrada en el buen trato y el cuidado mutuo. Es responsabilidad de todos. Depende de cada uno de nosotros. 

Irene Arrimadas
Directora del Departamento de Innovación Pedagógica de Escuelas Católicas