En mis años de Roma, la comunidad vivía en un cole. La entrada principal era la de todos los alumnos, profesores, familias y demás que llegaban al colegio. La segunda puerta, que daba acceso a nuestra casa, se situaba en un lateral y no se abría con portero automático como la primera… Para abrir esa segunda puerta teníamos dos opciones, o cruzar la casa y bajar los tres tramos de escaleras que había para llegar a la puerta, o lanzar por el balcón una pelota de tenis rajada en la que dentro estaba la llave de la puerta y así la visita podía abrir ella misma la puerta. Claro, al lanzar la pelota había que tener cuidado cómo y dónde se lanzaba, no fuera que cayera dentro del seto y ya todo se complicaba más.
