Nada más empezar a escribir estas líneas para el blog y con esta antífona de Taizé sonando de fondo una y otra vez, aparece en mí, nuevamente, la dificultad de expresión, la tensión, el dolor y también la vergüenza que ya me había acompañado durante el largo proceso de elaboración de la Guía para la prevención y reparación de abusos sexuales a menores en centros educativos. Soy consciente de que todo lo que siento no podrá acercarse, ni de lejos, a lo que han sentido y vivido cada una de las víctimas, todas ellas con sus nombres y apellidos; con una historia personal igual de rota que la de una taza lanzada contra el suelo.
