Venimos de una tradición oral. Hace unos años lo importante, lo que verdaderamente merecía la pena, era seleccionado por las personas para que pudiera sobrevivir al paso de los años. Eran conscientes de que no valía improvisar ni salir al paso en el mismo instante y se organizaban para que las palabras, el mensaje, la cultura, el folclore… continuarán acompañando y acariciando generación tras generación. Era esencial buscar personas que captaran la hondura, retuvieran el contenido y, además, fueran capaces de repetir, sílaba tras sílaba, párrafo tras párrafo, aquello que ya llevaban en el ADN de su ser.

La semana pasada el portavoz de emergencias fue entrevistado tras un acontecimiento que sucedió en el corazón mismo de nuestra sociedad, a la salida cualquiera de un colegio. Nos decía: “Es una herida penetrante en el abdomen, le ha provocado un sangrado importante. Tras estabilizarlo, ha sido trasladado en estado grave al hospital”.

Cuando las navajas enmudecen nuestra capacidad de diálogo y la violencia es lo que da respuesta al conflicto, la herida es realmente penetrante. Se clava y nos quita la respiración dejándonos inconscientes y sin sentido. De nuevo el agobio mezclado con la impotencia nos confina a todos, encerrándonos en la dinámica del cuesta abajo y sin frenos.

Cuando no somos capaces de parar la maquinaria del odio y no nos organizamos para que los más pequeños sepan hacer un torniquete a la ira, sangramos como sociedad que no sabe ver las consecuencias que se derivan del “yo tengo la verdad cueste lo que cueste y todo lo consigo a través de la fuerza”.

No sé si las iniciativas que desean generar encuentro, fraternidad, transformación, diálogo, búsqueda de significados compartidos, pacto… podrán estabilizarnos y recordarnos que somos creaturas habitadas hechas a imagen y semejanza suya; “cuidadanos”, al fin y al cabo, los unos de los otros.

No sé si la herida de las prisas de la implantación exprés de una nueva ley, la búsqueda del profesorado, el sangrado del IRPF, la preocupación por no llegar a final de mes, las promesas de dotaciones y servicios que nunca llegan… ayudan a que nos organicemos para ser competentes en fraternidad o quizás agravan nuestra anemia crónica del yo en lugar del nosotros.

Una sociedad que no busca tiempo a lo que nos define como humanos, ya no digo cristianos, sino simplemente humanos, es una sociedad condenada al sinsentido y en estado grave.

Recuérdanos siempre, Señor, que lo nuestro es sembrar, y que es importante educar siempre la mirada hacia la fraternidad. Ayúdanos a no improvisar tu mensaje.

No dejemos que en los callejones donde salen nuestros jóvenes y niños sean las navajas mudas de alteridad las transmisoras. Organicémonos todos para que lo realmente importante perdure.
Si lo nuestro es educar, eduquemos entonces sin desfallecer, y hagámoslo, sencillamente, como tú lo harías. Líbranos de aquellos que son impedimentos para que nuestra tradición amorosa, invada y sane nuestra humanidad malherida.

Dolors García
Directora del Departamento de Pastoral de Escuelas Católicas
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