El papa Francisco, en su mensaje para la 48º Jornada Mundial de la Paz, celebrada el 1 de enero de 2015, hacía un llamamiento expreso a visibilizar el fenómeno de la trata de personas, así como a sensibilizar y concienciar para poner en marcha y potenciar las “medidas necesarias para combatir y erradicar la cultura de la esclavitud”. Un llamamiento a los cristianos, y a toda la sociedad en general, que es constante en su pontificado. Una exhortación a no permanecer indiferentes ante una realidad invisibilizada y arrinconada, que pasa prácticamente desapercibida ante nuestros ojos, y que genera mucho dolor y sufrimiento, cobrándose miles de víctimas diarias en todo el mundo. “Es necesario hacer todos los esfuerzos posibles para acabar con este crimen vergonzoso e intolerable” (Papa Francisco. 8 de febrero de 2017).  Pero no solo es necesario conocer el problema y que nos toque; se nos insta también a no desentendernos, a comprometernos y contribuir con nuestro pequeño granito de arena en la construcción de un mundo más justo, en el que seamos capaces de reconocernos como hermanos. 

En el número 211 de la Evangelii Gaudium el Papa es contundente al respecto y nos remite a la génesis del ser humano y de la fraternidad: “«¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? ¿Dónde está ese que estás matando cada día en el taller clandestino, en la red de prostitución (…)? No nos hagamos los distraídos. Hay mucho de complicidad. ¡La pregunta es para todos!”.

El Pacto Educativo Global propone un Área sobre Dignidad y Derechos Humanos. La trata de personas es, sin duda alguna, una cuestión de dignidad y derechos humanos, porque supone un agravio a la dignidad de la persona y una violación de sus derechos fundamentales. La trata es un delito contra la persona, además de un problema social, que consiste en unas acciones (captar, transportar, trasladar, acoger o recibir a una persona), recurriendo a unos medios (rapto, amenazas, coacción, engaño, abuso de poder, situación de vulnerabilidad, violencia, etc.) con fines de explotación (sexual, laboral, mendicidad, comisión de delitos, servidumbre, matrimonio forzado). La persona pasa a ser considerada un objeto de intercambio comercial, queda cosificada y despojada de su valor como ser humano único e irrepetible, donde Dios habita, hecho a imagen y semejanza de su Creador. La persona es tratada como un medio y no como un fin en sí misma. Los derechos fundamentales que se ven afectados son el derecho a la vida y a la seguridad, el derecho a la dignidad y a la integridad física, a la libertad de movimiento, la prohibición de esclavitud, servidumbre, trato cruel, inhumano o degradante, etc. 

Si hay una característica que define la trata es el sometimiento, el poder ejercido sobre alguien, que además se encuentra en situación de vulnerabilidad. Pero nadie llega a una situación de vulnerabilidad sin más, existen unas causas. Las situaciones económicas y sociopolíticas en determinados países, la pobreza, los conflictos armados, el subdesarrollo, la exclusión, la falta de acceso a la educación y oportunidades de empleo, desigualdad entre hombres y mujeres, etc. provocan estas situaciones, que son propicias para que se produzca la captación, ya que, para la mayoría de las personas, la única salida es huir o emprender un proyecto migratorio sea como sea. La búsqueda de salidas y alternativas lleva a muchas personas a caer, sin quererlo, en manos de las redes de trata de seres humanos.

Al tener una dimensión global, que trasciende fronteras, ningún país escapa a esta lacra, bien sea como lugar de origen, tránsito o destino. Este comercio con los seres humanos, además de un delito tipificado en el Código Penal y perseguido, es un negocio que mueve millones de euros diarios a costa de la explotación. Un entramado delictivo bien organizado y estructurado que opera en el ámbito trasnacional, con gran impunidad, y que amenaza con dinamitar los estados democráticos de derecho que tienen como fundamento la declaración universal de los derechos humanos. En la actualidad, las nuevas tecnologías y el acceso a internet, generan también un marco idóneo que facilita la captación y permite tener acceso más inmediato a las personas. 

Entre las causas de la trata, el papa Francisco habla frecuentemente de la mercantilización de la persona, que es consecuencia de la “cultura del descarte” propia de una sociedad que ha divinizado el dinero: “Esto sucede cuando al centro de un sistema económico está el dios dinero y no el hombre, la persona humana” (28 de octubre de 2014). En el caso de la explotación sexual, que es la mayoritaria en nuestro país y tiene como víctimas en su mayoría a mujeres y niñas, la demanda de sexo pagado es fundamental para el sostenimiento del negocio. “Si hay tantas chicas víctimas de la trata que terminan en las calles de nuestras ciudades es porque muchos hombres aquí piden estos servicios y están dispuestos a pagar por su placer. Me pregunto entonces ¿son realmente los traficantes la causa principal de la trata?(12 de febrero de 2018).

Ante esta realidad que existe en nuestras ciudades y nuestros barrios, los cristianos estamos llamados a conocerla y darla a conocer. También a profundizar en las causas para contribuir de forma efectiva a prevenir. Evitar que suceda es, sin duda, lo ideal. Para acabar con esta lacra, además de un trabajo preventivo, se requiere, en palabras del papa, un “renovado compromiso a favor de la dignidad de toda persona (…) un desarrollo focalizado en la persona humana como protagonista central y principal beneficiaria”. Ser propositivos y favorecer la cultura de la vida, para así defender y proteger siempre la dignidad de todo ser humano, y velar para que los derechos fundamentales de las personas sean respetados y estén garantizados. Concienciar a los jóvenes sobre el valor del cuerpo y la sexualidad, favorecer las relaciones afectivo-sexuales sanas y fundamentadas en el respeto al otro y la igualdad. Sensibilizar y concienciar a toda la sociedad del papel que todos y todas tenemos en esta tarea es fundamental. Es un problema de todos y, de alguna manera, todos debemos contribuir a solucionarlo.

Hablar de la trata es hablar de víctimas y también del trabajo que la Iglesia realiza en su favor. Muchos son los proyectos, congregaciones, entidades eclesiales que tienen como misión la acogida y el acompañamiento a las personas en su proceso de recuperación y reinserción: un trabajo silencioso a favor de la restauración de la dignidad de quien ha sufrido la esclavitud y la trata. 

María Francisca Sánchez
Directora del Departamento de Trata de Personas
Subcomisión Episcopal para las Migraciones y Movilidad Humana