Estamos acostumbrados a que nos digan que aquello que hacemos a lo largo de nuestra existencia nos representa mucho más de lo que nos podamos creer, incluso más que aquello que decimos de viva voz. En el espacio virtual, donde nuestra voz no se oye con ondas sonoras, sino que se ve plasmada en texto, esto también ocurre. Lo que escribimos en redes, la forma, el contenido, el momento, el estilo; todo ello nos define de cuerpo entero, define nuestro espíritu completo. Este uso del lenguaje, en este caso escrito, es algo que revela múltiples detalles a los demás, y en el caso de las redes, este desnudamiento frente a los demás es especialmente importante, pues es público. Cualquiera tiene acceso a lo que publicamos. Cualquier persona en el planeta tierra puede saber si nos gusta usar palabras que evoquen sentimientos alegres, si nos gusta hacer proselitismo descarado, o si cometemos faltas de ortografía; por lo que cualquier persona en el mundo tiene acceso instantáneo a saber qué somos.

Siempre, desde que tengo la posibilidad de ver el mundo tras la barrera de las redes, he pensado que a la audiencia hay que cuidarla. Y hay que cuidarla con tweets, posts o vídeos, de la misma forma que cuidamos a las personas cercanas, a nuestros animales, a nuestras plantas. Un cuidado diario y especial. Hay que ofrecerles a nuestros seguidores la posibilidad de sentirse especiales, hay que darles exclusividad. No nos van a seguir por el producto que vendemos, porque no vendemos nada, van a seguirnos porque nuestra manera de publicar sea coherente con el carisma del que somos depositarios. Y somos depositarios todos de un carisma católico, que tiene su piedra angular en el Evangelio. ¿Y de qué habla el Evangelio? De amor. Entonces, si todos compartimos eso, todos tenemos que publicar de manera que nuestro estilo transmita amor. Y para dar amor hay que compartir. En todas las RRSS hay un botón que lo dice: “compartir”. ¡Como si nos lo tuvieran que recordar! Se trata justamente de eso. De crear contenido y darlo a los demás. De que ese contenido haga a quienes nos siguen sentirse especiales, sentirse queridos, sentirse cuidados. Cada mañana, cuando abro el ordenador y voy a publicar algo, pienso: ¿provocará alguna sonrisa este tweet?, ¿dejará alguien de hacer lo que esté haciendo para ver este vídeo?, ¿se sentirá alguien especial al leer este post en facebook? Y verdaderamente no puedo saberlo. Pero lo que sí sé, es que el mero hecho de poder publicar en nombre de la institución en la que trabajo, y saber que el amor es lo que nos mueve a todos, a mí sí me hace sentir especial, me hace sentir cuidado, me hace sentir querido por todos los que me permiten disfrutar del privilegio de comunicar. Y lo que tengo clarísimo es que si yo no sintiera eso, no podría hacérselo sentir a nadie. Comunicadores: cuidad y seréis cuidados.

Alan Antich
Responsable de redes sociales del Colegio Gamarra
Ponente del curso “Comunicación y marketing para centros educativos” de EC