En los centros educativos se vive con apremio el responder a las demandas actuales del currículo para personalizar el aprendizaje de cada alumno, utilizando metodologías más activas de enseñanza y renovadas maneras de evaluar, no solo porque la legislación educativa nos lo exija, sino porque nuestra misión educativa y el futuro de cada uno de nuestros alumnos nos lo demanda.

En la actualidad estamos nuevamente ante un cambio normativo respecto a la evaluación, propiciado, entre otras razones, por el dramático índice de fracaso escolar que padecemos (un 29%) cuando la media de los países de la OCDE se sitúa en un 10%. Sin embargo, la enorme variabilidad legislativa y la escasez de recursos pedagógicos en los centros ha provocado que la evaluación sea vivida por muchos educadores como una parte negativa dentro del proceso de enseñanza-aprendizaje y que se generen posturas controvertidas sobre sus finalidades y procedimientos.

Tanto investigadores, como profesores a pie de aula, están de acuerdo en reconocer que ninguna de las reformas legislativas, hasta el momento, ha sido capaz de resolver radicalmente este problema que nos preocupa y ocupa a partes iguales. Por ello, nos cuestionamos si con este nuevo cambio de ley se van a dedicar los medios y recursos necesarios para que ningún alumno se quede atrás o solo “maquillar” los números para que pasen de curso, aunque no hayan adquirido las competencias necesarias para ello.

Para responder, sin duda debemos volver a nuestra esencia, a nuestra misión educativa y evangelizadora, y centrar nuestra mirada en cada uno de nuestros alumnos para que lleguen a ser la mejor versión de sí mismos y así generar un mejor futuro para él y para los que le rodean. Deseamos un currículo que conecte más con la misión, visión y valores de cada centro, y así definir las finalidades educativas y dibujar el perfil competencial del alumno necesario para lograrlas. Llevamos en nuestro ADN la importancia de la educación personalizada e integral desde nuestros carismas que se transmite no solo desde la perspectiva de las materias a enseñar, sino desde la persona a educar, y así dibujar el perfil competencial para lograrlas. La persona está por encima de las materias de conocimiento y no viceversa.

En Escuelas Católicas sabemos que la personalización de la evaluación exige el empleo de métodos y estrategias diversas para responder a la singularidad y diversidad del alumnado, pero subrayando la importancia de los procesos y no solo como medida de los conocimientos adquiridos. La evaluación competencial y auténtica juega un papel no solo técnico sino ético, y no como objetivo en sí misma, sino como medio. Los alumnos han de considerarse responsables de su proceso de aprendizaje, a través de su participación constante como sujetos activos que desarrollan su creatividad y pensamiento crítico. De este modo, educamos para la adquisición de competencias para la vida que requieren estructuras mentales que vayan más allá de la memorización. Para ello debemos hacer posible que experimenten el éxito para motivarse e implicarse y también aprender de sus fracasos para volver a intentarlo con mayor esfuerzo y empeño. Apostamos porque la repetición de curso quede como una medida aislada por su ineficacia, pero no la podemos eliminar solo con legislación, hacen falta apoyos individuales y recursos personales.

En esta línea, los centros deben gozar de mayor autonomía y capacidad de innovación pedagógica para desarrollar esta visión de la evaluación, dotándoles de estructuras organizativas adecuadas y de los recursos necesarios, contando con la urgente flexibilización de las normas administrativas. Sin embargo, en la realidad del aula, el profesor se encuentra con muchas dificultades:

  • Aplicar el diseño curricular que propone la LOMLOE es muy complicado, con muchos elementos interrelacionados (objetivos, competencias clave y específicas por área, saberes básicos, situaciones de aprendizaje, criterios de evaluación, perfil de salida del alumno…) y no ayuda a resolver el problema de la evaluación competencial.
  • Traducir el currículo a experiencias reales de aprendizaje en función del alumnado que tiene en el aula, diseñando procesos de evaluación que favorezcan la adquisición de las competencias personales.
  • Integrar mejor las metodologías activas y la evaluación auténtica para adaptarse a las necesidades de los alumnos. La eliminación de los estándares de aprendizaje dificulta la programación de actividades y tareas competenciales, y la definición de “situaciones de aprendizaje” (que se intenta equiparar a lo que sería la “metodología”) resulta ambigua y difícil de llevar a la acción si no se disponen de modelos y ejemplos para su desarrollo.
  • Conjugar una calificación por materias con la elaboración de un informe competencial cualitativo que potencie la evaluación formativa y que refleje las evidencias de aprendizaje de cada alumno.

La evaluación auténtica y competencial no la podemos lograr solo porque la legislación nos lo exija; es imprescindible dotar a los centros de los recursos, medios, tiempos y formación, a los que la Administración educativa debería dar respuesta. Hace falta un profesorado preparado y partícipe, con una sólida formación inicial y específica para aprender a evaluar desde una pedagogía positiva e inclusiva, con acompañamiento y práctica reflexiva que lo mantenga al día de los aspectos pedagógicos relevantes para su práctica, con recursos y disponibilidad del tiempo necesario para diseñar sus programaciones de aula. También habría que fomentar una mejor organización en red, potenciando el trabajo colaborativo y el uso compartido de experiencias curriculares relevantes entre profesores y centros.

El éxito de la evaluación y su repercusión en la mejora del aprendizaje del alumno dependen de que sea entendida, organizada y dotada de los recursos adecuados para posibilitar el avance de cada alumno y el del sistema educativo de nuestro país.

Ante este panorama, compartimos la necesidad de alcanzar un consenso, no solo en evaluación sino en todos los ámbitos educativos, que nos dote de estabilidad para que las energías de quienes trabajamos por la educación, desde cualquier posición de responsabilidad, las podamos dedicar a lo que realmente necesitan los alumnos. Se trata de dar un paso más para convertir la evaluación en un referente de nuestro trabajo como educadores, otro reto a conseguir en nuestro día a día.

Irene Arrimadas
Directora del Departamento de Innovación Pedagógica de EC
@iarrimadas