Hace ya más de veinticinco años nos dejaba Paulo Freire, pedagogo brasileño creador del modelo de “Educación liberadora”, una nueva forma de entender la pedagogía desde el punto de vista del oprimido, de los que no tienen voz, de los “del costado de la vida”, usando palabras del papa Francisco.

Freire, asociado a la Teología de la Liberación sudamericana, más conocida por su halo guerrillero y romántico que por los escritos teológicos de Gustavo Gutiérrez o Rubem Alvés, tuvo como premisa clara en sus escritos pedagógicos la puesta en valor del que sufre, aquel al que se le ha negado la posibilidad de ser algo. Freire sabía de lo que hablaba: vivió muy de cerca el analfabetismo de un pueblo que necesitaba de urgencia un cambio de modelo político, económico y social, y por extensión, educativo. Su modelo se basó en la denuncia de la educación tradicional, a la que tildó de “bancaria”, en la que el maestro posee unos conocimientos que “presta” a sus alumnos; es decir, una educación vertical, sin tener en cuenta el contexto y los intereses del propio educando. Hoy en día quizá ya no nos preocupemos por las mismas necesidades de aquellos años setenta pero sigue habiendo grandes carencias en el panorama educativo actual. Creo que son tres los tumores que pululan por las aulas: el hiperactivismo pedagógico, la fugacidad de las leyes educativas y el runrún del “esto ya no va a cambiar”.

Estamos en un escenario tan cambiante y estresante que es harto difícil conseguir un mínimo de atención por parte de los alumnos en las clases. Vivimos un clima constante de innovaciones que puede terminar provocando un desapego a la educación y, por ende, a la cultura del esfuerzo, que tan dañada está. La fugacidad que nos hace sentir el ir y venir de leyes educativas crea un desasosiego en el profesorado y en las familias que les hace ver el colegio como un taller de prototipos y no como un espacio comunitario en el que se trata de educar a sus hijos. La desidia de familias, claustros y alumnado ante tanto cambio y la flagrante crisis de valores hace que cada vez se escuchen más y más mantras de frustración y caída de brazos.

Hoy, que aún resuenan las aportaciones del modelo educativo de Freire, es el momento histórico e ineludible para abrazarse a ellos. El clima de libertad (controlada) en el aula, la cultura dialógica frente a la imposición o la pasión por una alfabetización urgente en lugares a los que aún no ha llegado la bondad de un libro nos espolean a luchar por un mundo más humano y de justicia. Muchas de sus obras sobre pedagogía fueron adjetivadas como “de la esperanza”, “del oprimido” o “de la autonomía”. Todas plenamente actuales que nos reclaman desde una aldea perdida de cualquier lugar del planeta que otro mundo realmente es posible… Si lo que queremos es educar personas, no sujetos adoctrinados.

Juan Enrique Redondo Cantueso
Coordinador de Evangelización y Pastoral del Colegio Trinitarios de Córdoba