Ahora sabemos que el virus que atormenta nuestra existencia y nuestra convivencia no viaja solo ni surge por generación espontánea. Una larga cadena de conexiones hace que se plante e implante en la especie humana. Probablemente la disminución de la biodiversidad, gracias a ese afán depredador del ser humano, ha laminado la cadena de mediaciones entre el coronavirus y el homo sapiens. Más de 2.000 especies desaparecen cada año, debido a la brutalidad y ceguera de esa fábrica de deseos que representa esta humanidad extraviada. Habíamos establecido la conexión moral de que bueno es todo lo que aumenta el beneficio económico y malo lo que lo disminuye, mientras que gobiernos locales y transnacionales velaban por engordar la riqueza de los más fuertes. Todo está conectado.

Y constatamos cómo el puzle del capitalismo embrutecedor e incontrolable y nuestro sistema de vida hiperconsumista se desploman con suma facilidad. La causa no es el virus, la causa es que todo lo vivo yace en un océano de conexiones que no hemos querido ni ver ni apreciar. Ahora lo vemos. Pero no solo los diagnósticos apuntan a esta serie de vínculos que hacen de la pandemia una enfermedad de la especie humana.

Del mismo modo, la respuesta a la policrisis que nos afecta ha de ser múltiple y diversa. Presididos por el cuidado saldremos a la calle con mascarilla, tomaremos en serio que cuidar es prevenir riesgos y actuar con prudencia. Tomaremos conciencia deque el famoso “de esta salimos juntos” supone mirarnos a la cara y sabernos conectados en el mismo afán de vivir dignamente en esta tierra que nos ha sido dada y que no es de nuestra propiedad. Saldremos convencidos de que ya no hay vuelta hacia atrás, que salir es reinventarnos como personas, como ciudadanos, como especie humana.

En efecto, salir de esta es reinventar las formas de trabajo, las estructuras de las organizaciones e instituciones desde la articulación de vínculos que promuevan la horizontalidad, la circularidad y la confianza mutua. No es el control lo que mueve a las personas, sino el reconocimiento de lo que cada cual es y da de sí. Y en este campo, la educación y sus estructuras deberán ser repensadas desde la clave del cuidado personal, colectivo y del planeta, y no desde la búsqueda del éxito individual disfrazado de excelencia.

La bióloga argentina Sandra Mirna, al recoger el Premio Princesa de Asturias, en otoño del pasado año 2019, hablaba del tapiz de la vida. Fue premonitoria: “si demasiadas hebras se devoran o se desechan en un sitio del tapiz inevitablemente se producen rajaduras y agujeros en otros sitios del tejido. Y hay cada vez más agujeros y están muy mal distribuidos, en un proceso de injusticia ambiental global a una escala inédita. ¿Qué hacemos entonces? Aún estamos a tiempo de retejer este tapiz y de reentretejernos en él. Cada hebra es muy frágil, pero el tapiz en su conjunto tiene la robustez de los muchos, una robustez hecha de innumerables fragilidades entretejidas”.

No solo saldremos juntos, sino que deberemos salir sabiéndonos frágilmente entretejidos, interdependientes los unos de los otros y ecodependientes del planeta que nos cobija. La fragilidad no nos debilita, sino que nos sitúa ante lo verdaderamente valioso de la vida y de la convivencia. Todo está conectado. Este es el gran mensaje del papa Francisco en Laudato Si’ y en tantos otros momentos. En el día de la Tierra, el pasado 22 de abril, Francisco animaba a crear un movimiento popular desde abajo, como forma de hacer creíble la conversión ecológica que nos solicita la realidad planetaria en este momento crucial de nuestra historia.

Esta y otras propuestas de interconexiones animadas por la lógica del don y del cuidado solo saldrán adelante si cada uno de nosotros nos conectamos a nuestra fuente de sentido y nutrición. Todo es personal y político, al mismo tiempo. Por eso cabe preguntarnos, ¿qué es lo que en este momento me sostiene como persona?, ¿cuál es mi fuente más importante de energía? Esa conexión interior hará posible que algo bueno fructifique en mí, en lo que hacemos, en lo que juntos nos esperanzamos. Para ello hemos de salir de la dispersión, de la distracción o de la excesiva ingesta de información que con frecuencia solo nos conduce a la queja.

La calidad de lo visible radica en la calidad de lo invisible, repite Otto Scharmer, creador de la Teoría U. Este tiempo de confinamiento, quien pueda y las circunstancias se lo permitan, puede ser propicio para explorar ese territorio invisible de sustento y nutrición, ya sea en fuentes religiosas o no. Recordando a San Juan de la Cruz, aunque es de noche la fuente está llamando a todas las criaturas, a todas.

Luis Aranguren Gonzalo