El encuentro está amenazado, esa es la sensación que me invade, y puede que esta visión tremendista sea absolutamente personal y no extrapolable; ojalá. Sin embargo, en cada vuelta de la esquina de mi día a día me encuentro hechos y ensueños, palabras y silencios, acciones e inercias, que me hacen pensar continuamente que no es así.

Entre los virus que nos desmoronan, las guerras que nos arrasan, las nevadas que nos congelan y los cielos enrojecidos que nos recuerdan las peores profecías, nuestros pies se vuelven más barro, nuestras cabezas más hierro y nuestros corazones más de hielo. Como esta inercia se mantenga mucho tiempo además tendremos que vérnoslas con la costumbre, aciaga enemiga del cambio y de la renovación, de la transformación que debería sacarnos de tan oscuro túnel.

Afortunadamente y a pesar de tan negativo comienzo, me siento íntimamente esperanzada. Sintiendo la esperanza descrita por Václav Havel, no como “la convicción de que las cosas saldrán bien”, sino como “la certidumbre de que algo tiene sentido, sin importar su resultado final”.

Y si algo tiene sentido en esta vida, eso es el encuentro, el encuentro con uno mismo para desde ahí salir al encuentro con el Otro con mayúsculas y con el otro con minúsculas. Ese encuentro es la esencia del próximo Congreso de Escuelas Católicas y es por eso por lo que mi convicción de su oportunidad es total. “Inspiradores de encuentros” es el lema de este Congreso que pretende ayudarnos a encontrarnos en Granada del 24 al 26 de noviembre de este año.

El mismo congreso es una metáfora del desencuentro en que andamos sumidos por la imposibilidad de celebrarlo cuando correspondía, en noviembre de 2021. Pero como dice Josep María Esquirol en su libro “Humano, más humano. Una antropología de la herida infinita”, “la grandeza del tú siempre tiene que ver con el espacio que te deja”. Y el Congreso ha dejado un espacio para cuidarnos. Todos nos hemos visto obligados a dejar espacio a aquel al que queríamos en alguna ocasión. Espacio al hijo que crece para ser él mismo, espacio al compañero agobiado por un problema personal, espacio a la madre viuda que no quiere dejar su casa en la vejez, espacio al amigo que ya no puede compartir contigo esas tardes infinitas de confidencias, espacio al abuelo que ha de ser protegido del virus maldito, espacio a uno mismo que a menudo se exige demasiado. Dios mismo es experto en dejar espacio al hombre que se aleja de él y experto en abrazarlo sin distancias posibles cuando decide volver. Y en esa vuelta estamos, esa vuelta al abrazo después de un año de retraso; al calor del mágico sur nos reencontraremos en Granada para volver a abrazarnos y salvar el encuentro.

Josep María Esquirol rescata en su libro el siguiente pasaje de “Si esto es un hombre”, de Primo Levi: «Creo que es a Lorenzo a quien debo el estar hoy vivo; y no tanto por su ayuda material como por haberme recordado constantemente con su presencia, con su manera tan llana y fácil de ser bueno, que todavía había un mundo justo fuera del nuestro…». Ojalá la Escuela Católica sea como Lorenzo y que todo aquel que a ella se acerque sienta, con su manera tan llana y fácil de ser buena, que todavía hay un mundo justo ahí fuera. Y ojalá nuestro XVI Congreso sea fuente de inspiración para lograrlo.

Victoria Moya
Directora del XVI Congreso de Escuelas Católicas