Hace unas semanas tuve acceso al «Informe mundial sobre el personal docente», publicado por la UNESCO con la colaboración de la Fundación SM, sobre el nuevo contrato social para la educación. Lo leí con atención, y a medida que avanzaba, un pensamiento comenzó a dar vueltas por mi cabeza. El documento, más allá de sus propuestas globales, me tocó de forma personal. Dejó de ser un texto técnico para convertirse en una llamada directa: ¿cómo estamos cuidando en nuestras escuelas a los que cuidan?

La propuesta de la UNESCO es clara: no hay transformación educativa sin un compromiso de solidaridad y cuidado mutuo. Y este cuidado no se limita a recursos materiales o a condiciones laborales, aunque estos sean importantes, sino que también se manifiesta en la actitud con la que nos relacionamos cada día. Escuchar con atención, valorar sin medida, no juzgar lo que no se conoce… también son formas profundas de cuidar. De estar. De sostener. De educar.

Pensé entonces en mis compañeras y compañeros. En su quehacer constante y comprometido. En sus silencios. En sus momentos de cansancio. En sus gestos generosos que muchas veces pasan desapercibidos. Comprendí que no podemos construir comunidad si no sabemos mirar al otro con compasión, si no creamos espacios donde sea posible expresarse sin miedo, descansar sin culpa, ser vulnerables sin sentirse juzgados.

Una cultura que se teje desde lo pequeño

En nuestras escuelas católicas sabemos que el cuidado no se improvisa: se cultiva. La cultura del cuidado no se manifiesta solo en los grandes discursos, sino en lo que sucede entre clase y clase, en los pasillos, en una conversación sincera al final del día… Cuidar a los que cuidan implica también mirar con ternura, ofrecer tiempo, confiar en las decisiones y, sobre todo, escuchar con verdadera disposición.

Escuchar de verdad. No para responder rápido, ni para corregir, sino para acoger. Para dejar que el otro diga lo que necesita decir, sin miedo al juicio o a la comparación. Hay un tipo de cuidado que nace de la presencia silenciosa, del respeto a los procesos personales, de la gratitud sin exigencia. Ese cuidado discreto es el que da forma a una cultura de comunidad que no deja a nadie atrás.

Recuerdo una escena que me contaba recientemente mi compañero Rafael Molina, en la que una profesora tuvo que ausentarse del colegio por una urgencia familiar. A su regreso, encontró que sus clases estaban cubiertas y, sobre la mesa, alguien le había dejado una nota que decía: “Tranquila, aquí estamos”. Ese gesto sencillo era mucho más que un acto de cortesía: era una forma de decirle “no estás sola, tu situación importa, puedes contar con nosotros”. Cuidar también es eso: hacerse cargo del otro sin invadir, ofrecer sin esperar, comprender sin juzgar.

Un pacto que nace de lo cercano

El Pacto Educativo Global, iniciado e impulsado por el papa Francisco y continuado por León XIV, encuentra en el cuidado su raíz más profunda. No se trata solo de una estructura a renovar o de un protocolo a aplicar, sino de un modo nuevo, más humano y fraterno, de habitar la escuela. Un compromiso real con los vínculos que nos unen y con las personas que los hacen posibles. Por eso, cuidar a los que cuidan debe ser una prioridad no negociable.

Volví entonces a aquella pregunta inicial que el informe encendió en mí: ¿cómo estoy cuidando yo a quienes me rodean? ¿Los escucho sin prisas? ¿Valoro su esfuerzo más allá de los resultados? ¿Ofrezco espacios donde puedan expresarse sin sentirse juzgados? ¿Somos, en nuestras escuelas, lugares donde los educadores también pueden descansar, confiar, sanar?

Estas preguntas no buscan incomodar, sino despertar. Nos invitan a volver a lo esencial. A hacer de nuestras comunidades educativas espacios verdaderamente habitables, donde cada persona se sienta mirada, acogida y valorada en su totalidad. Porque cuidar a los que cuidan no es una tarea secundaria. Es, quizás, la más urgente y la más evangélica.

Por eso, en Escuelas Católicas renovamos hoy nuestra vocación de ser escuelas del cuidado: comunidades que escuchan, que sostienen, que confían. Escuelas donde la ternura es un lenguaje compartido y donde el bienestar de cada uno es parte del bien común. Sabemos que cuidar a los que cuidan es sembrar vida. Y queremos seguir sembrando, contigo.

Irene Arrimadas

Directora del Departamento de Innovación Pedagógica de Escuelas Católicas