Es la pregunta que nos interpela en este Día Mundial de la Educación Católica. Cuarenta días después de la Resurrección aquellos dos personajes vestidos de blanco nos llaman la atención como lo hicieron los que contemplaban sin pestañear cómo Jesús se alejaba en el cielo.

Consciente de la importancia de la educación, la Iglesia, a lo largo de los siglos, ha dedicado tiempo y recursos creando instituciones que han asegurado la transmisión de los conocimientos y las culturas. Así situamos el origen de las diferentes congregaciones y asociaciones religiosas que bajo un mismo horizonte desarrollan múltiples proyectos educativos enriquecidos por los carismas que les han sido regalados y encomendados. 

Hoy, según las estadísticas de Global Catholic Education Reports, 68 millones de estudiantes en todo el mundo están inscritos en centros educativos católicos. En España, aproximadamente 2 millones de alumnos estudian en centros con ideario cristiano y miles de familias nos siguen confiando la educación de sus hijos, por motivos muy distintos. Unos porque el proyecto educativo que ofrecemos es coherente con los principios y valores que ellos viven y desean para sus hijos, otros por el éxito o los beneficios que vislumbran en el modo de abordar la educación, algunos por la comodidad de la cercanía, el horario, etc. 

Vivimos sumergidos en un cambio que no deja de actualizarse y de reconfigurarnos. Realmente, la nuestra no es una época de muchos cambios, sino un cambio de época y la génesis de este cambio de época la encontramos en la convergencia de distintas revoluciones (sociocultural, tecnológica, económica, etc.), cuyas repercusiones cruzadas y no necesariamente compatibles entre sí nos afectan profundamente. 

Asistimos, de esta manera, a una metamorfosis antropológica. Algunos pensadores contemporáneos sostienen que transitamos hacia un post-humanismo en el que la persona ve alterada su identidad de una manera que no alcanzamos a prever. En este sentido el Papa denuncia una egolatría que lleva al aislamiento más radical del individuo, vuelto hacía sí mismo, indiferente a los demás, incapaz de reconocerlos y empatizar. 

En lo social se generan o se acentúan fracturas sociales entre generaciones, entre pueblos y culturas, entre distintos sectores de las sociedades, entre la humanidad y el planeta con toda su riqueza.  Y todo ello influye fuertemente en todos los niveles de la acción educativa.

Es por ello que el Papa, gran analista y profeta, hace un llamamiento a la acción conjunta de todos los estamentos educativos. El cambio de época que vivimos es un reto, es la oportunidad para revertir la fragmentación personal y social, el individualismo, la indiferencia que conduce a la cultura del descarte. El pacto educativo entre la familia, la escuela, el estado, el mundo, la cultura y las culturas está roto. Urge restablecerlo.  

La Iglesia sigue comprometida con la educación, en este servicio que ha abierto y abre nuevos caminos, sembrando futuro a la humanidad. Y es que para la Iglesia la educación no se reduce a la transmisión de conocimientos. Para la Iglesia educar es formar y acompañar a cada persona desde el corazón, ayudándole en el desarrollo de sus dimensiones y capacidades, su inteligencia y voluntad, apuntando al desarrollo de las competencias, promoviendo la libre autonomía, capacitando para buscar el bien común y para el valor de elegirlo en la vida.

Este es el momento. La hondura de los retos del cambio de época que vivimos llama a las puertas de nuestra esencia eclesial.  Es el momento de sentir con y como Iglesia, de sumar fuerzas y recursos, de asumir proyectos como escuelas católicas que coloquen a la persona en el centro, que creen sinergias con todos los agentes educativos de buena voluntad dispuestos al servicio del mundo y de la humanidad.

La educación católica no puede quedar al margen, excluida ni desconectada, ni tampoco puede quedar atrapada en la red, no puede doblegarse a intereses políticos y económicos de estados u organizaciones, no puede consentir la pérdida de la dimensión trascendente ni social, ni la pérdida de la pluralidad en lo humano y la diversidad cultural. 

 “¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?”. 

El papa Francisco nos invita a seguir restableciendo con tesón, honestidad, respeto y alegría el Pacto Educativo Global. 

 

Pilar Goterris
HH de la Consolación.