Estamos viviendo una época donde con demasiada normalidad los titulares nos sorprenden adjetivando de un modo extraordinario: caso único, datos excepcionales, récord histórico…

Así hemos vivido en directo toda la información sobre la pandemia que ya, poco a poco, parece que superamos. Pero lo mismo nos pasó con la “nevada histórica” de Filomena, o las “olas de calor extremo”, o últimamente con la “inflación récord”. 

Es cierto que puede parecer que necesitamos esa sobrecarga de adjetivación para despertar y no seguir adormecidos escuchando titulares. Suena a truco de editorialista para llamar la atención. Si lo piensan bien, hasta todos los años oímos hablar del partido del siglo para el habitual Real Madrid – Barcelona. Pero si fuera solo un partido quizá bajaría algún punto el share de la audiencia, y para garantizar los ingresos por publicidad, pues le añadimos un “partido del siglo” y adelante con los faroles…

En estas fechas es cierto que la cuestión de la inflación sin embargo ha surgido de abajo a arriba. Es decir, todas las personas han notado en su día a día la realidad de lo que eso está suponiendo, y por lo tanto ese clamor mayoritario justifica el alarmante titular. Titular que por ser conocido por el día a día, no alarma sino que ratifica.

Es cierto que los datos de inflación hacen que se disparen los precios de la cesta de la compra, que comprar una sandía parezca un objeto de lujo, o que pensar en poner el aire acondicionado pueda suponer tener que ir a la casa de empeños con las joyas de la abuela. Pero todo eso mira tan de cerca lo que nos pasa solo a metro y medio, que nos ha hecho inmunes a “otras inflaciones” que son igual de galopantes y no solo este año.

Hay una inflación evidente en el número de personas que mueren de hambre, cuando sobra y se desperdicia producción alimentaria en el planeta. Es evidente la inflación en el número de personas que no tienen acceso al agua potable con normalidad, o que no tienen garantizado el acceso a un servicio básico de salud. Es evidente la inflación en el número de niños y niñas que ven rota su infancia teniendo que trabajar, o incluso ser soldados o caer en redes de prostitución, y que no gozan del derecho a estar sentados en un pupitre con un maestro a su lado. Es trágica la inflación en el número creciente de personas que mueren ahogadas en el mar tratando de conseguir su derecho a una vida mejor, o la inflación de personas que de modo lacerante quedan atrapadas en una valla. Todo podrá tener, cómo no, alguna explicación erudita, pero tenemos que mirar a la inflación del corazón.

La inflación del corazón no está relacionada con la acepción económica de inflación que mira solo a la “elevación del nivel general de precios”, sino que mira a otra entrada en el diccionario que nos remite a “Abundancia excesiva”. Y hay inflación del corazón cuando hay exceso de causas y situaciones que duelen al corazón de las personas.

Pero esta inflación parece que no acapara tantos titulares. Sí quizá en los hechos, pero no en un análisis más profundo. ¿Qué nos pasa a las personas que observamos esas abundancias y las resolvemos cambiando de canal de televisión?, ¿qué le pasa a esta sociedad que no se plantea un plan Next Generation de Solidaridad para afrontar esas inflaciones?

La inflación del corazón nos habla no solo de los hechos que duelen al corazón, sino también de la quiebra de la conexión entre el corazón y nuestra mente, nuestra voluntad, nuestras manos. Dice el Salmista: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme” (Sal.50). Yo me atrevería hoy a elevar la plegaria de un modo diferente… “Oh Dios, crea en mí un corazón con dolor de la inflación, renuévame por dentro la conexión con tu voluntad”. 

Javier Poveda
Director del Departamento de Cooperación y Administración de Escuelas Católicas