Dirijo el Departamento de Comunicación de Escuelas Católicas y el XIV Congreso de la institución: “Emociona. Comunicación y educación”.

Se me supone la capacidad de escribir sobre emoción, comunicación y educación sustituyendo los sustantivos por sus correspondientes adjetivos. Es decir, se me supone la capacidad de escribir sobre estos temas de una manera emocionante, comunicativa y educativa.

Lo intentaré. ¿Lo conseguiré?

Puedo empezar por definir las emociones: “alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática” (RAE).

Continuar ahondando en sus distintas teorías: fisiológicas, neurológicas, cognitivas.

Puedo seguir con una buena clasificación: primarias, secundarias, positivas, negativas, ambiguas…

Y quizá analizar la importancia creciente de la educación emocional (Daniel Goleman): autoconocimiento emocional, autocontrol emocional, automotivación, reconocimiento de las emociones de los demás, relaciones interpersonales…

Puedo incluso retrotraerme a la teoría de la evolución: Darwin, en su libro “La expresión de las emociones en hombres y animales”, relacionaba la expresión de la emoción con otras conductas, y estas a su vez con la evolución.

Pero no lo veo. No lo veo educativo aunque dé mucha información. No lo veo comunicativo, aunque “cuente” correctamente. No lo veo emocionante.

Estamos en una era en la que la comunicación se ha revolucionado, en lo institucional, lo interpersonal y creo que también en lo personal, aunque de esto no tengo certezas empíricas ni científicas. Por eso no funcionan bien las fórmulas anteriores.

Hoy en día Lidl no se limita a elaborar un catálogo con los productos que va a vender de cara al periodo vacacional; manda un correo electrónico a sus clientes en cuyo asunto pregunta: “Y tú qué eres, gambita o esquimal”. Si eres gambita y te gusta torrarte al sol en Torrevieja, Lidl tiene todo lo que necesitas (bañadores, protectores solares y pamelas); si eres esquimal y prefieres huir del calor te venden ventiladores, cubiteras y helados bien fresquitos (campaña de julio de 2017).

Basta echar un ligero vistazo a nuestras relaciones interpersonales y revisar cómo eran antaño para ver su evolución. En los años 80 las llamadas telefónicas en los hogares estaban muy limitadas y protegidas por candados en los teléfonos y cruentas amenazas si la temible factura del teléfono se disparaba. A la familia del pueblo se le llamaba una vez a la semana, si acaso. Ahora no se puede tardar más de unos minutos en contestar un whatsapp o se corre el riesgo de ser señalado y condenado al ostracismo.

Creo yo que estos cambios están suponiendo también una nueva forma de comunicarnos con nosotros mismos en la que nos concedemos treguas emocionales que nos liberan de las cargas racionales sobre las que nos educaron hasta cierta generación. A cambio, tenemos una exigencia mayor en nuestra capacidad de respuesta, a los demás, y por tanto a nosotros mismos. Y por otro lado la conversación poliédrica que mantenemos con los demás acaba reconstruyendo nuestra forma de interpretarnos. Converso cuando subo una foto a Instagram, envío un tuit y mando un whatsapp sobre un mismo acontecimiento… y cuando recibo una retroalimentación que deconstruye y vuelve a construir mi conversación, a veces por caminos insospechados hasta entonces.

Esta metamorfosis de la comunicación supone muchas ventajas como la cercanía, la calidez, la transparencia o la emoción, pero también incide en riesgos como la posverdad, la superficialidad, la falta de sentido crítico o la “telenovelización” de nuestras historias. Ventajas y riesgos que me ayudan a definir la comunicación que quiero:

Quiero una comunicación institucional, interpersonal y personal que sea capaz de ponerme los pelos de punta, que me conmueva, y que al rascar deje un poso de trascendencia y no se limite a mostrar sentimientos planos carentes de profundidad. Quiero una comunicación que llegue al receptor, pero sin renunciar a los principios que definan al emisor. Quiero una comunicación que me permita conocer a otros distintos de mí y acercarme a ellos sin renunciar a ser yo misma. Lo quiero para mí, y para los niños y jóvenes de nuestros centros y para nuestras instituciones. Quiero para ellas una comunicación que les permita acercarse a otros distintos de ellas y acercarse a todos sin renunciar a ser ellas mismas.

Y eso no se consigue con una comunicación emocionante, se consigue con una comunicación emocionada. Si yo me emociono y mi comunicación es emocionada, logrará emocionar al otro. Cacofonías aparte, mi mensaje es claro: emociónate y emocionarás, pero con cabeza.

Victoria Moya
@victoriamsegura