Sería importante, y a la vez necesario, comenzar este post explicando a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de obtener un sello de reconocimiento por una determinada organización en materia de calidad.

En nuestro ámbito educativo, podríamos definirlo como el proceso mediante el cual los centros acreditan con una evaluación externa, realizada por personas ajenas a los mismos, la consecución de los requisitos de un determinado sistema o modelo de calidad reconocido, con el objetivo de detectar su nivel de rendimiento y mejorarlo si es posible.

Entre las ventajas que un sello nos puede otorgar, aparece el compromiso del centro hacia sus principales grupos de interés: personal docente y no docente, alumnos y familias. Además, se convierte en un estímulo para todo el profesorado, pues reconoce el trabajo realizado y obliga a seguir esforzándose en la mejora ya iniciada.

Al mismo tiempo, observamos que también aparecen desventajas. La más habitual e importante de todas ellas es la económica, debido a que cualquier sello tiene una fecha de caducidad y cada cierto tiempo debe renovarse, lo que supone un desembolso económico muy significativo.

Por tanto, sería conveniente que los centros, desde su propia realidad,  estrategia, entorno, decidieran si es o no favorable para sus intereses apostar por un sello. Debemos tener clara esta situación, pues una determinada cantidad de dinero puede convertirse en un gasto si no encontramos beneficios o rentabilidad; o en una inversión, si por el contrario contribuye a aumentar la demanda de nuestros servicios, si provoca el cambio y fortalecimiento de la imagen del centro, etc. En una palabra, si con ello podemos mejorar en todos los aspectos.

Quizá no sea imprescindible contar con un sello de reconocimiento de este tipo. Ahora bien, pienso que a todos nos gusta que nos confirmen que el trabajo que estamos desempeñando lo estamos haciendo correctamente y nos satisface que se reconozca todo el esfuerzo dedicado. Como dice el refrán: “a nadie le amarga un dulce”.

Teniendo en cuenta lo anterior, y partiendo desde la perspectiva de aquellos centros que realmente necesitan o quieren obtener un sello de reconocimiento y no pueden acceder a él, sobre todo por motivos económicos, surge la posibilidad de que Escuelas Católicas les pueda allanar este camino ofreciéndoles un sello de calidad propio. Cumpliríamos así con una de las peticiones que desde hace tiempo nos vienen demandando.

El sello propio de Escuelas Católicas permitiría a nuestros centros e instituciones responder a una serie de necesidades que se consideran fundamentales para proseguir su ruta hacia la Excelencia y la mejora continua. Entre ellas podríamos destacar las siguientes:

  • Que los centros implanten y apliquen el Modelo EFQM como medio eficaz y eficiente de gestión.
  • Que el coste económico de este proceso sea asumible por cualquier tipo de centro.
  • Que se efectúe un reconocimiento externo riguroso y de garantías, avalando el trabajo realizado por los centros.
  • Que durante las evaluacionesse transmitan conocimientos para mejorar la implantación y aplicación del Modelo EFQM.
  • Que se valore el trabajo que efectúan los evaluadores, pues se entiende como servicio y ayuda a los centros, dedicando su tiempo y el de sus instituciones.

Sin duda alguna, sería primordial que las evaluaciones externas se hicieran con total rigurosidad y profesionalidad. Para poder cumplir con esta afirmación, contamos con un excelente grupo de evaluadores, con titulación oficial y una amplia trayectoria en el sector. La mayoría trabajan en centros educativos, por lo que su experiencia encajaría perfectamente en este proceso. Aportarían el grado de objetividad necesario para que un proyecto de estas características pudiera funcionar y nuestros colegios e instituciones confiaran en su trabajo y a la vez se sintieran valorados.

Igualmente, todos los aspectos que diferencian los centros de Escuelas Católicas de sus competidores, ya sea en el ámbito de la innovación pedagógica, pastoral, comunicación, etc. quedarían verificados y refrendados en las evaluaciones, reconociendo lo que se está haciendo bien, pero al mismo tiempo, detectando las áreas en las que se debería mejorar.

Con estos argumentos, podríamos finalizar este post como lo empezábamos: un sello de calidad propio, ¿y por qué no?

Os seguiremos informando.

Oscar González
Servicio de Calidad de Escuelas Católicas