Me crié entre hilos, telas, botones… viendo a mi madre coser día tras día y, sobre todo, viendo ese cuidado y mimo con el que trataba cada prenda desde que empezaba a trabajar con la tela, colocándola suavemente en la mesa de corte, prendiéndola con alfileres, evitando que se moviera, para seguir marcando con la tiza cada una de las piezas, santiguándose antes de iniciar el corte y, a partir de ahí, todo un ritual de pasar hilos, hilvanar, probar, coser, planchar, sobrehilar, para terminar colocándole la etiqueta con su nombre.

Yo me sentía orgullosa de poder llevar una prenda que había creado mi madre desde cero. Orgullosa de esa mujer ama de casa, trabajadora y madre. Ella siempre me ha trasmitido su amor a su oficio y vocación de modista pero, sobre todo, vocación de Madre.

Y en ella es en la primera que pensé cuando me enteré de que Lorenzo Caprile iba a formar parte de una mesa redonda en las Jornadas de Pastoral Juvenil Vocacional de CONFER, dirigida por José Beltrán, director de la revista Vida Nueva, junto a María Almenta, ex modelo y José Luis Díaz-Garde, periodista de moda, con el tema Jóvenes con Fe, adultos creyentes.

En la mesa se habló de vocación y de fe. De la segunda he reflexionado muchas veces en mi vida, ¿pero de la primera? Caprile habló de su vocación y de sus dudas. De cómo, a pesar de las mismas y de la incertidumbre, hay que seguir adelante. “Ese es el secreto de cualquier vocación”, dijo. Contó que cuando decidió ser modista su padre le dijo que tenía que esforzarse para ser “un primer espada” en su oficio, y que su familia fue su gran apoyo. Un mensaje que también suscribió María Almenta. Ella trasmitió que su fe le sirvió para comprobar que ser modelo no era su vocación en la vida, y que fueron su familia y su director espiritual su verdadero apoyo para tomar la decisión de dejar ese camino.

Estoy totalmente de acuerdo con ellos. Si cada persona trabajara en algo relacionado con su vocación, o supiera convertir su trabajo en su vocación, las cosas serían muy distintas, seríamos más felices y, lo que es más importante, haríamos más felices a los demás.

En este sentido me vienen a la cabeza algunos profesores que he tenido yo y que han tenido mis hijas. ¡Cómo se nota cuando un maestro lo es por vocación! Saben trasmitir su amor a la asignatura, tratar a cada niño según sus necesidades, hacer que se sientan especiales, y no viven pendientes de un reloj que les dice que su clase o sus horas de dedicación al centro han terminado. Como dijo Caprile: “si te apasiona lo que haces, va saliendo solo”. Quiero dar las gracias a todos esos Maestros (con mayúscula) que han pasado por nuestras vidas, ayudando a modelar las personas en las que nos hemos convertido. Y también a los que no lo hacen, ojalá Dios, ese dios modista que nos creó un traje a medida a cada uno, les ayude a entender que se pueden hacer las cosas de otra forma, de manera que sean más enriquecedoras para todos, porque “marcar”, marcan todos.

Escuchando estas experiencias personales pensé, cuál será mi vocación. Además de mi familia, que esa vocación la tengo totalmente clara, la verdad es que hoy no podría decir cuál es. Soy una persona aprendiz de mucho y maestra de nada. Me gusta mi trabajo, lo intento hacer con agrado y profesionalidad, está muy orientado a lo que estudié, pero además me gusta crear, ya sean unos pendientes, una diadema o un disfraz. Mi vida gira además alrededor de mi parroquia, con la que colaboro activamente y pienso… ¿se pueden tener varias vocaciones en la vida?, ¿vocación es solo vocación al matrimonio, vocación sacerdotal…?

Cuando escuché a José Luis Díez-Garde decir que la estética en la Iglesia importa; que el mensaje de Jesús, que tiene más de 2000 años, lo conocemos, es perfecto, pero hay que hacerlo atractivo y adaptado al lenguaje de los jóvenes; que hay que modernizarse y crear un sentimiento de comunidad católica que, a su juicio, hoy no existe en España; cuando María Almenta animó a utilizar las redes sociales para hacer llegar el mensaje, aprovechando que en estos momentos somos más libres para manifestar nuestra espiritualidad; que hay que atraer a la gente por la vivencia religiosa personal, ofreciendo nuestra experiencia y dejando patente que si no la Iglesia va a perder muchos trenes; o que la Iglesia, según Caprile, tiene que optar tanto por los multitudinarios eventos como las JMJ, como por el acompañamiento personal, y que ambos tienen que coexistir… pensé… ¿será que mi vocación, esa vocación que tiene el Señor preparada para mí, es hacer llegar su mensaje desde mi experiencia personal?

De lo que estoy segura, es de que será a otros, no a mis hijas, ya que como dijo Jesús, nadie es profeta en su tierra. A ellas, además de ofrecerles la posibilidad de conocer a Jesús, lo que me gustaría saber trasmitirles es el amor que hay que poner en cada cosa que hacemos como lo supo hacer conmigo mi madre. Ella me enseñó el valor del esfuerzo y de la pulcritud, todavía recuerdo cuando me hacía sobrehilar una y otra vez una pieza hasta que quedaba perfecta. Entonces me disgustaba, hoy se lo agradezco porque como buena Madre y Maestra me hizo entender que hacer las cosas bien es importante sobre todo para uno mismo.

Paloma Ramos
@pramos_p