Acabamos de celebrar “la fiesta del cine español” con la entrega de los Premios Goya. Ha sido más que comentado y alabado, no sin cierta hipocresía generalizada, el emotivo y certero discurso de Jesús Vidal en el momento de recoger su premio a “Mejor Actor Revelación”. Premio merecido, sin duda, por partida doble: por el trabajo en sí que realiza, y por la superación que ha demostrado (tanto él como el resto de sus compañeros de reparto de “Campeones”).

Y matizo: la hipocresía generalizada no estaba presente en el reconocimiento y aplauso merecido con el que el auditorio presente bendijo sus palabras. La hipocresía, al menos para mí, se encuentra en el hecho de que el reconocimiento del valor de las palabras de Jesús Vidal no estuviera acompañada de la valoración idéntica de su condición de ser humano en el caso de habérselo encontrado, no hecho y derecho, sino en el vientre de su madre. Madre, por cierto, a la que Jesús Vidal regó con el amor de sus palabras y el reconocimiento eterno por “darme la vida”. No sé si muchos de los que aplaudían, sabían de verdad lo que estaban aplaudiendo. Ciertamente Jesús Vidal dijo que “los señores de la Academia no sabían lo que habían hecho”…

En cualquier caso, como han sido días de mucho hablar de cine, me he encontrado con los datos publicados por el Ministerio de Cultura en relación con el cine español. No voy a entrar a analizar la necesidad o no de realizar subvenciones al cine, porque lo cierto y verdadero es que están. Y puedo llegar a entender que promover cine en español es una forma de impulsar nuestro idioma, proyectar nuestra cultura, etc. Siempre y cuando realmente todas las películas hicieran eso, pero bueno… démoslo por supuesto.

Lo más curioso ahora mismo del caso para mi es que se llega a subvencionar, en proporción claro está, con dinero público películas que pueden haber ido a ver dos o tres personas. Y no son datos inventados, o eso creo cuando están publicados en la página web del Ministerio de Cultura.

Resulta realmente sorprendente la capacidad para seguir manejando la hipocresía generalizada por parte de algunos sectores de nuestra sociedad. Se puede bendecir destinar dinero público para un “negocio privado” aunque nadie vaya a verlo; pero es un escándalo permitir la elección de modelo educativo, y su financiación vía concierto, de aulas llenas de niños aunque la inmensa mayoría de sus promotores estén reconocidos como entidades sin ánimo de lucro (que supongo que en el caso del cine, no).

Por no hablar de técnicas ya juzgadas de manipulación de los datos de público (simulando sesiones no realizadas, o compras masivas de entradas realizadas por los propios productores). Ambas prácticas han sido ratificadas en sentencias judiciales. Y claro está, siempre se podrá pensar que una mala práctica no debe afectar a todo un sector. Pues señores míos, en la concertada igual (y al menos de momento sin sentencias).

Es curioso la capacidad que algunas personas pueden llegar a desarrollar para vivir y asimilar aquello de “consejos doy, que para mí no tengo”. Cómo se puede normalizar de manera dogmática un prejuicio contra un sector, negándole todo. Para algunas personas pareciera que la educación concertada: no aporta nada a la cultura, no es un signo de pluralidad, no es un modelo de sociedad libre, no cubre demanda de nadie, y sus trabajadores no importan. Argumentos que todos en positivo se autoaplican sin límite pero niegan a los demás. Hipocresía generalizada, menos mal que solo en los cerebros de algunos.

Javier Poveda