Algunas veces tengo la sensación de que la vida pública y social, al menos en la Villa y Corte, se parece a un terrible campo de batalla donde cada colectivo se ve obligado a intentar hacer presente su reivindicación sectorial usando los medios que sean necesarios, sin limitación. Da igual que estemos hablando de inmigración, ayuda a la dependencia, maltrato animal, identidad sexual, o lo que sea… Todo el mundo tiene que hacer valer “muchos derechos” y “exigir respeto”. Y lo cierto es que con tanto ruido, casi nada se oye y la vida de los españoles, de la mayoría, sigue indiferente a los problemas graves y objetivos que se presentan.

Si se pone el foco en algún problema concreto, las dos partes, que seguro que hay, considerarán de igual forma y con absoluto convencimiento que la razón, plena, está con ellos, que “los otros” casi casi están en una caverna de la cual nada bueno se puede esperar, y a mayores se podrá añadir alguna dosis de mal gusto con comentarios sobre honradez, corrupción, ilegalidad, majadería o estupidez. ¡Qué triste!

No tengo muy clara la explicación de por qué la vida social pública está siempre tan tensa y dispuesta a saltar casi a la yugular. Quizá alguna persona tenga que explicar ante la Historia esta situación de combate social permanente, pero este no es el momento. Lo que era una tensión que sólo se vivía de forma excepcional entre dos conductores en un cruce, o entre aficionados de equipos rivales en un bar, se ha convertido casi en el modo habitual en que intentamos dirimir las diferencias.

Y es que todo ello se riega con un elixir peligroso, el “otro” o “diferente” realmente tendría que pedir perdón por existir. Una parte niega a otra la mera posibilidad de ser y estar en el foro que sea. Ese elixir genera una tendencia natural a la uniformidad que ¡madre mía…!

Pero bueno… tengo suerte. En Escuelas Católicas NUNCA hemos atacado a la escuela pública. Siempre hemos dicho que es necesaria una escuela pública de calidad y que funcione bien. Los problemas de la escuela católica, que pueden ser muchos o pocos según se mire, tienen su origen y naturaleza en ella misma o en la realidad que trata de abordar… pero nunca en otra escuela, sea cual sea. ¡Ay madre qué raritos somos!

Cuando la natural pluralidad ideológica se quiere plantear en esquemas de victoria o derrota, o se reclama un pacto pero se quiere eliminar la posibilidad del otro de participar… nada bueno puede salir. Todos deberíamos ser conscientes de que para debatir hace falta primero formarse, informarse, conocer, y tener capacidad de escucha, argumentar, razonar, discernir y saber descubrir la parte, por pequeña que sea, de verdad que el otro puede tener.

Es curioso que los debates, en general, tienen dos variables que los definen: son MUCHOS (a todas horas, debates y tertulias en radios, televisiones… agotador), y también que son MUY POBRES (pocos argumentos, poca inteligencia, mucha demagogia, problemas graves abordados en 59 segundos…).

Quizá el problema es que estamos pasando de la cultura a la “tweettura”… todo pensamiento que necesite más de 140 caracteres… buf… es excesivo, hay que simplificar, hay que recortar, hay que… Pues no es posible, perdón, o eso creo. Basta ya de pensar poco y hablar mucho. Basta ya de pensar que menos yo, todos tontos (o casi). Basta ya de cordones sanitarios frente al otro, del “y tu mas”, y de tantas expresiones que han dividido a los que, nos demos cuenta o no, tenemos mucho más de iguales que de diferentes.

Javier Poveda