Cierro los ojos. Y puedo ver cómo los portones y bisagras de cientos de escuelas no rechinan porque llevan demasiados días sin hacer su gimnasia diaria. Ya llevan días los pupitres alterados, nerviosos. Se les oye todo el rato hablar y preguntarse “¿qué está pasando?, ¿a dónde se han ido?”.

Las sillas tratan de calmarles “Quizás sea ya verano”. Pero los calendarios de cada clase alzaban la voz y mostraban las hojas que faltaban por ser arrancadas para que llegara el calor. Por pasillos y aulas vacías se oían las voces de todos, “¿qué está pasando?”.

Pupitres, sillas, libros, carpetas, percheros, pizarras… todos alterados, todos preguntando. Dónde están. Qué ha pasado.

Y fuera en el patio, la misma cantinela. Canastas y porterías preguntan a nadie, vacío el patio, la misma pregunta… “¿dónde están?, ¿qué ha pasado?”.

El colegio solitario y silencioso es un mar de voces que comparten la misma pregunta. Lo dicen puertas, ventanas, salas de profesores y despachos. Todo vacío… todo silencioso. Pero nadie responde, “¿dónde están?, ¿qué ha pasado?”.

Algunos preguntan en biblioteca. Cientos de libros rebuscan en su interior una respuesta, pero no consiguen encontrarla. El debate es acalorado. Los estantes de Ciencias preguntan a Humanidades, y Sociales mira a Religión… pero no tienen respuesta. Elevan su voz silenciosa, agitan sus hojas impresas… pero nadie les escucha y nadie les responde. “¿Dónde están?, ¿qué ha pasado?”.

En el aula de música hay un concierto de silencios. Los instrumentos, temerosos, se aprietan contra un rincón. A unos les falta el aire, a otros dedos que rasguen, y a otros manos que impacten. Viento, cuerda o percusión suenan igual en este concierto, todos guardan silencio. Solo son los más pequeños, los cascabeles, los que insisten en hablar “¿dónde están?, ¿qué ha pasado?”.

Algún valiente se dirige a los laboratorios. Han sido los últimos en ver a alguno. “Vinieron a prisa a por guantes y mascarillas, pero no nos informaron”. “Se llevaron a alguno de los nuestros, y no hemos vuelto a saber de ellos”, decían probetas y microscopios. El laboratorio está frío. Quizás sepan más de lo que dicen. Pero no hablan. Están callados.

Recorremos pasillos y galerías habitualmente ruidosos y explosivos… y hoy los cuadros, pósteres y carteles, no se sienten observados. No hay nadie que los mire. Se sienten raros, y piensan “¿qué hacemos entonces aquí colgados? ¿dónde están?, ¿qué ha pasado?”.

Quinientas, todas iguales, no se atreven a pestañear. Parecen clavadas al suelo hoy como nunca igual. Las butacas del teatro prefieren ni levantarse. Hunden su cabeza en el suelo, y confían, “ya pasará”. A las tablas del escenario se les oye ya llorar… no aguantan tantos días sin pisadas, sin cantar, sin ensayos de funciones y sin errores que carcajear.

Corriendo fuimos a donde siempre hay respuestas. Despachos y sala de profesores. Dirección. Todo cerrado. Los muebles y las mesas, con un tono más engolado, dijeron lo mismo. “No sabemos qué ha pasado. Ya no suenan los teléfonos, y todo está apagado”.

Del comedor viene un ruido furibundo. Cientos de cucharas, tenedores y cuchillos se empujan nerviosos en cajones hacinados. “No es normal tanto tiempo así parados”. Los vasos enmudecen, y mueren de sed al no sentir desde hace días el agua en sus paredes. Solo habla uno entre todos, el cuchillo más grande y afilado. Y de forma penetrante corta el aire diciendo “algo malo habrá pasado”.

Es un clamor silencioso. Todo el cole alborotado. Pero nadie sabe dónde están ni que ha pasado.

Y entre las hojas de una puerta, se oye un rumor algo apagado. Una voz suave, que no calla y habla todo el rato. Avanzamos entre bancos de un oratorio también cerrado. Y sorprendimos a un Cristo, con los brazos desclavados. “Ya lo han roto, quién ha sido”, se pregunta alguien enfadado. Pero el Cristo le dice “¡chiss!, permanece aquí callado”, “que he sido yo el que ante todo esto me he bajado y descolgado. No os mováis, estad aquí, que yo iré a su lado”.

Javier Poveda