Sentado en un banco del gimnasio hay un niño con pantalón verde. La profesora de teatro le envía con la mirada una invitación a unirse, él mira al suelo y la invitación se queda suspendida en el aire (o no, porque quien se fija bien ve que el niño ya está más cerca). Ella sigue, en noruego, con el resto del grupo, y nosotras somos espectadoras de una asamblea de niños elaborando “un plan de rescate para los adultos”, porque ellos viven atrapados por las prisas, las obligaciones y las rutinas. Sentadas en otro banco nos reímos, Irene Arrimadas, Loli García, Isabel Serrano y yo, mientras observamos y digerimos las sensaciones y aprendizajes que nos llevamos de estos tres días de visitas pedagógicas en tierra vikinga.

Curiosamente, esta es la escena que se ha quedado grabada como portada de mis recuerdos del viaje que realizamos parte del Departamento de Innovación Pedagógica, a inicios de este mes. Esta, junto con reencuentro con mis antiguos alumnos, claro. Había sido su tutora durante tres cursos, y fui a entregarles unas cartas que se habían escrito a sí mismos hace cuatro años y que había guardado en secreto. Mi intención era dar, y acabé recibiendo: abrazos, tarta de chocolate y confianza en que les va a ir bien, a pesar de no siempre haber estado donde yo quisiera en mi propia curva de aprendizaje docente.

Me podía haber quedado con tantas otras ilustraciones del viaje, como conel colibrí del vestido de Asgjerd, directora de Furuset skole, esa ave que como ella simboliza resiliencia, valentía y positividad. Ella, que une, moviliza, escucha y acompaña para dar a los alumnos lo que ellos necesitan. Y a los profesores también: “no puedo darles café, si lo que ellos necesitan es agua”, dice, y nos pregunta qué queremos beber.

También baila en mi memoria la imagen de Øyvind, el trabajador social de Kuben, centro futurista de Formación Profesional (¿de qué forma, si no, se puede preparar a los mejores trabajadores de mañana?), haciendo la entrevista inicial con un alumno en la cancha de baloncesto en el tejado del colegio en vez de en el despacho habitual, porque ha hecho bien su labor de detective y sabe que ese joven apunta más alto con el balón que con las notas, pero que él también tiene derecho a otra oportunidad para experimentar el logro y cumplir sus sueños. Visualizo en mi álbum mental al astronauta pintado en la pared por ese alumno que quiere ser tatuador, y que, aunque hable poco, también tiene mucho que expresar y se recuerda a sí mismo, y a los que pasamos por la sala de tutorías, que los límites no existen.

Brillaen el repertorio de vivencias la tarde al sol con Guro, profesora de Arte que de inmediato se convirtió en nuestra gurú y que nos pintó con sus palabras los matices que nos faltaban en nuestro esbozo del paisaje educativo noruego; un paisaje parecido al nuestro, con los mismos desafíos y preocupaciones, pero donde se dibujan caminos diferentes, otros “cómos” que nos inspiran y amplían nuestro universo de posibilidades. ¿Qué caminos tendrían sentido en nuestro terreno cultural y contextual y nos llevarían hacia nuestros objetivos y nuestra visión para el alumno? No se trata de copiar, sino de explorar, soñar y construir, para hacer emerger nuevos senderos que nos faciliten el trayecto, y prometemos compartirlos.

El niño del pantalón verde ha hecho su camino hasta el final del banco y no puede avanzar. Quiere y no quiere. Un monitor de la escuela de actividades de Bakås pasa por el gimnasio, y se produce un baile de miradas: él al grupo, la profesora de teatro a él y luego al niño, el monitor al niño, y el niño a él. Sale el monitor con el niño de la mano, el niño vuelve, se sienta en el banco, se sienta en el suelo, se pone detrás de la profesora, luego delante de ella, poco a poco, sus compañeros le sonríen, y siguen, todos juntos, construyendo un mundo de adultos más alegres. Se inclinan todos. Aplaudimos.

Aplaudimos por el niño que puede decidir por sí mismo y al que se escucha y deja espacio. Por los profesores, que despiertan pasiones y trabajan juntos y en red. Por los equipos directivos, que acompañan y hacen crecer. Aplaudimos, por todas las personas que nos abrieron sus puertas y sus corazones, y compartieron con nosotras sus visiones, sus retos y sus esfuerzos para construir juntos una escuela de la que todos se sienten orgullosos. Aplaudimos, porque nos damos cuenta de lo orgullosas que estamos también de nuestra escuela. Y volviendo a casa, afirmamos: en el norte no hace tanto frío.

 

Eline Lund
@Eline_BL