No hay comienzo fácil. Pero en los últimos años hemos aprendido a capear la incertidumbre de los comienzos a fuerza de confianza y necesidad, de corresponsabilidad y trabajo compartido. Casi podríamos decir que este curso afrontamos el comienzo más normalizado tras la experiencia de la pandemia, porque los tres septiembres últimos, entre medidas de protección, distanciamientos e implantación de la nueva Ley educativa, empezábamos el nuevo curso más agotados que al final del anterior, lo hemos notado y sufrido, pero también lo hemos superado con nota.

Y, sin embargo, lo nuestro siempre ha sido evitar normalizar. No es cuestión de masoquismo personal o institucional, sino fruto del sentido que damos a nuestra misión educativa: siempre en la tensión de la mejora, entreverados de ilusión y de proyectos que mantengan vivo el compromiso por una educación realmente liberadora.

Cada comienzo es un camino sin retorno, lo que nos obliga a entregarnos por entero. Llevamos mucho tiempo aprendiendo a programar estratégicamente, marcar objetivos, acciones, indicadores, responsables, a evaluar con sentido crítico y práctico, pensar desde criterios de calidad educativa, implementar procesos, medir tiempos y espacios para que todo lo bueno que buscamos construir encuentre la tierra fértil que ayude a fructificar nuestra acción educativa y evangelizadora. No hay retorno, pero no lo sentimos como maldición sino como oportunidad creativa, porque hace tiempo que decidimos dejar de convertirnos en estatuas de sal que ya solo miran atrás, han perdido la esperanza en el futuro.

Aún no está todo. Por eso nos viene bien resituarnos en posición de comenzar: una breve mirada a lo que ya es ayer, una breve mirada también a lo que será mañana, y una intensa mirada al terreno que pisamos hoy, en este momento que es de gracia y de cambio. La vista puesta en lo que somos, la confianza entregada en la misión, el corazón dispuesto para las taquicardias que vendrán y las emociones que le dan sentido. Y, entre tanta mirada, evitando la corta visión, esa que con el tiempo se acaba convirtiendo en presbicia existencial; evitando vivir solo de horizontes a los que no llegamos, esos que nos despistan del más acá en el que somos; debemos evitar también que se nos extravíe la mirada entre el estar y el ir, como dice Silvio.

Nos asedian otras incertidumbres en este nuevo comienzo. Afrontamos reducciones inquietantes en todos los ámbitos de nuestras comunidades educativas: el descenso de la natalidad, el envejecimiento o cierre de las comunidades religiosas, la desafección de tantas familias hacia el proyecto educativo evangelizador que proponemos, las cada vez más deseadas entrega y corresponsabilidad de los educadores del centro… La lista puede ser larga, preocupante incluso, pero no paralizante. 

Se necesita más vida abundante en nuestros espacios educativo-pastorales, hay que seguir innovando, sobre todo en formación y acompañamiento, debemos aprender a comenzar, una y otra vez, sin miradas extraviadas, más allá del sentido práctico, buscando la seguridad en lo que nos permite ser escuela católica para todos, escuela con vocación universal, escuela en pacto educativo.

Pedro J. Huerta Nuño
Secretario General de Escuelas Católicas