“De paso” es una de las características de nuestra cultura occidental, tan amiga de la rapidez, de la evasión y de la di-versión (estar vertidos en diversos lugares). También la Semana Santa se nos aparece como momento de pasar del trabajo al descanso, de viajar, de salir, de disfrutar. No está mal. El cuidado también reclama la atención de nuestras personas.

Y, sin embargo, la Semana Santa ofrece una ocasión magnífica para ajustar nuestro paso al paso de Jesús y al paso de Dios en nuestra historia. Somos seguidores del caminante que pasa por la vida anunciándonos al Dios del Perdón, de la Justicia y del Amor. Y por eso lo mataron. Y celebramos la agonía de un hombre desolado y abandonado que definitivamente se funde en los brazos de Dios Padre todoacogedor. En Semana Santa hacemos memoria del misterio que nos vincula: el paso de la muerte a la vida plena. Si Jesús no ha resucitado vana es nuestra fe. En esta Semana no es momento para hacer debates sobre la validez científica de la resurrección, sino para dejarnos transformar por este acontecimiento, el que centra nuestra fe y da sentido a nuestro diario vivir.

¿Qué signos de vida transmitimos en nuestros colegios?, ¿cómo acogemos a la vida nueva que está viniendo en esa diversidad que somos?, ¿cómo celebramos la vida y la hacemos atractiva a los niños y jóvenes?

A veces, estos días nos ayudan a pasar del ruido al silencio. Y es saludable. Pero no olvidemos que el silencio de la espiritualidad cristiana está lleno de rostros y repleto de vida. Jesús no es un Buda silencioso; en el Evangelio de Jesús resuenan los gritos de los peor situados en un mundo que aceleradamente camina en dirección opuesta al Reinado de Dios. Mirando a la cruz contemplamos a las víctimas de nuestro mundo, las acogemos y nos confabulamos para que tengan vida, para que no haya más atropellos con la gente frágil, para que nuestros centros educativos sean reflejo de la armonía que solicita la máxima del buen vivir. Un vivir centrado en el cuidado de lo débil y pequeño, al estilo de Jesús.

Podemos pasar de la Semana Santa, pero si pasamos por ella, ha de significar también un paso significativo en nuestra vida personal y como comunidad educativa. Y si eso es así, ese paso se convertirá en acontecimiento de fe que sostiene nuestro día a día.

Luis Aranguren Gonzalo