Son ya trece años los que llevo dedicándome diariamente a la preciosa labor educativa, y cada día tengo más claro que, conforme los tiempos avanzan, aumenta la cantidad de conocimiento que me proporcionan mis propios alumnos en el día a día. Un día a día marcado por las tendencias tecnológicas que se van desarrollando a una velocidad mucho más apta para mentes adolescentes que para los que ya estamos en la cuarentena. Y no porque para nosotros, los profesores, la tecnología nos parezca algo de jóvenes; hemos sido nosotros los primeros que introdujimos la tecnología en la educación con la aparición de las transparencias, los proyectores, micrófonos inalámbricos o presentaciones de toda índole. Pero esos hitos en la relación de la educación y la tecnología iban apareciendo de una manera más distanciada en el tiempo, nos daba tiempo a agotar un formato, a dominarlo por haberlo experimentado durante varios años cuando le dábamos paso a algo nuevo. Siempre ha habido resistencia, docentes que han sido más conservadores en los métodos y que, escudándose en esto será algo pasajero, seguían basando su discurso en las aulas usando la clase magistral como único soporte. Pero al final la inmensa mayoría de esta resistencia claudicaba, y muchos de ellos nos han sorprendido con una impresionante habilidad para adaptarse que a muchos nos dejó con la boca abierta, especialmente durante los meses de docencia telemática obligada por la COVID-19. 

Los adolescentes actuales, nacidos ya en pleno siglo XXI, están acostumbrados a los cambios tan rápidos que nos marcan las tecnológicas y sus decididas apuestas por formatos cada vez más rápidos e instantáneos. Hace apenas unos meses, cuando se acercaba el final del curso pasado, empecé a tomar imágenes con mi teléfono para tener un buen banco de recursos de cara a editar algún contenido audiovisual con el que despedir el año educativo y regalarlo a mi alumnado. Una mañana estaba yo enfrascado tratando de grabar algunos recursos de alumnos bajando escaleras; me agachaba y grababa pies en movimiento para luego irme levantando poco a poco y así buscar planos secuencia no demasiado típicos. Yo creía que intentaba hacer algo original hasta que una alumna mía se me acercó y me dijo que qué hacía, en un tono con el que dejaba claro que había algo absurdo en mi proceder. “Será mi postura”, pensaba yo, que traté de justificar explicando qué pretendía yo grabando de aquella manera. Esta chica no prestó atención a mi explicación y me despachó con un “dale la vuelta, anda”, mientras con su mano cogía mi teléfono y lo ponía vertical.

Siempre me ha parecido estéticamente pobre un vídeo en vertical. Es más, los que he visto en los medios de comunicación cuando comparten algún vídeo que manda un televidente, siempre me hacían preguntarme: ¿cómo pueden poner algo así?, ¿no se dan cuenta de que media pantalla en negro es horroroso?, ¡qué manía con los vídeos en vertical! Esta chica me estuvo explicando luego que ninguno de ellos está dispuesto a girar su móvil para ver un vídeo, ni mucho menos a pinchar en un link que les lleve a YouTube para verlo. Los vídeos que captan su atención deben reproducirse automáticamente sin pinchar en ningún sitio y en vertical, si no, quedan automáticamente descartados. Fue en ese momento cuando empecé a fijarme a mi alrededor, en los centros comerciales, en las estaciones de trenes, en las calles, en los comercios; y me di cuenta de que prácticamente todas las pantallas ya son verticales. Además, me decía esta joven, como todo el contenido se consume en dispositivo móvil, este debe estar subtitulado, porque pretender que además de la vista el oído esté a disposición del vídeo, es pedir demasiado. Los vídeos se ven andando por la calle, en el metro, en lugares donde suele haber más gente, lo que hace que no sea factible la escucha sin auriculares, y no todo el mundo los tiene siempre a mano, por lo que la lectura es el recurso más útil. A raíz de ahí fui consciente del desfase con la tendencia actual en generación de contenido de vídeo que yo estaba sufriendo, y me propuse formarme. Y di ese paso porque una chica de 15 años me miró con cara rara y me preguntó: “¿qué haces?”.

Alan Antich
Miembro del equipo de comunicación del Colegio Gamarra de Málaga
@alanantich