Cuando yo era pequeño, si llegabas a casa contando que el profesor te había dado un capón te ganabas una torta extra. “Algo habrás hecho, niño” te espetaba tu padre. Ahora un niño le dice a su padre que el profesor le ha puesto la mano encima y el profesor en cuestión está en el juzgado en menos que canta un gallo. No por trillada deja de ser certera esta comparación. Hace no muchos años el colegio era un ente todo poderoso que no muchas familias se atrevían a cuestionar. Hoy en día todo es cuestionable. Nuestro sentido crítico se ha desarrollado proverbialmente y lo utilizamos a discreción.

Durante este mes de septiembre he notado sobremanera el fin de los idílicos días de verano dando paso a un otoño casi tan caliente como las sofocantes tardes de agosto. Y no hablo del panorama político, ni de la crisis, ni de las guerras. Hablo de algo que atañe a nuestro humilde día a día: la vuelta al cole.

He charlado con muchos papás verdaderamente angustiados esperando a conocer el profesor que le había tocado a su hijo para respirar hondo o sumirse en la desesperación. Del mismo modo he podido constatar cómo un director se desmoronaba al ver repetirse un año más la persistente actitud destructiva de una familia. He visto niños y padres desorientados ante el comienzo de una nueva etapa sin mucha información sobre lo que se avecinaba; y he visto profesores y equipos directivos agotados nada más empezar el curso por las largas sesiones explicativas a las nuevas familias; he visto la circular de comienzo de curso de un centro, de difusión estrictamente interna, publicada en los principales diarios de tirada nacional; y he visto a un padre romper la circular que llevaba su hijo en la mochila sin leerla.

Ni tanto ni tan calvo, que dice el refrán. Algunas veces pareciera que en lugar de jugar en el mismo equipo, unos como los propios jugadores, otros como entrenadores, otros como animadores…  cada uno en su papel, compitiéramos en una liga como equipos contrarios. Familias y colegios no se pueden permitir esta desavenencia, en nada nos beneficia a ninguno y sobre todo, en mucho perjudica a nuestros hijos y alumnos.

Cada día en mi trabajo tengo la oportunidad de ver los desvelos de los centros educativos por dar lo mejor de sí mismos por sus alumnos. Cada día entre mis amigos, compañeros y conocidos tengo la oportunidad de ver el cariño que los padres dan a sus hijos. Todos nos equivocamos, pero todos buscamos lo mejor para ellos. Dejemos entonces de vernos como enemigos, rehagamos el pacto educativo desde las bases, las familias y los centros, y como reza el titulo de las Jornadas de Pastoral de 2016 de Escuelas Católicas, sintámonos todos “como en casa”, como en familia.

Victoria Moya
@victoriamsegura