Cómo afrontar los cambios que se están produciendo

La escuela católica de religiosos está incorporando nuevas formas de ejercer el liderazgo de la titularidad y de poner en valor la corresponsabilidad de la comunidad educativa. De vez en cuando es conveniente parar para analizar los cambios que se están produciendo. En ese sentido, además de que pone de manifiesto una reducción del 59,5% en solo 18 años ¿nos dice algo que el número de religiosos docentes en centros católicos haya pasado de 8.831 en 2002 a 3.576 en 2020?

En los últimos 40 años la escuela católica y el conjunto de la sociedad han afrontado desafíos derivados de las reformas educativas, la inmigración, las crisis económicas… y, más recientemente, de la pandemia y de la guerra de Ucrania. Todos ellos -externos e imprevisibles- han acreditado la capacidad de adaptación y de respuesta de las titularidades y de las comunidades educativas, que han mantenido un servicio educativo de calidad aún en circunstancias muy adversas. 

Pero durante esas cuatro décadas sí era previsible lo que finalmente se está produciendo: que los claustros y equipos directivos de los centros de religiosos han pasado a estar integrados por seglares en un elevado y creciente porcentaje, y que se han producido y se siguen previendo cierres de comunidades religiosas en centros educativos. Si nos atenemos a los datos sobre número de religiosos y media de edad, en menos de diez años, en muchos centros de religiosos no habrá presencia de religiosos y en el conjunto esa presencia será marcadamente testimonial, como ya sucede en países de nuestro entorno, por ejemplo, en Francia.

Con ese horizonte, las estrategias para ir afrontando el futuro de los centros han cristalizado en opciones concretas. Destaco como más relevantes: la misión-visión compartida, la potenciación de la red de centros, la nueva configuración de la función directiva, la reflexión sobre la identidad, la formación institucional y la profesionalización de la dirección. 

Junto a los evidentes éxitos de estas estrategias me permito señalar uno de los lastres que, en algunos casos, puede dificultar alcanzar sus objetivos. Persiste una concepción con tintes de “clericalismo”  -que en este caso sería de “consagradismo”- que impide un desarrollo saludable de la misión-visión compartida. Según esta concepción, la vocación religiosa es “superior” a la seglar, y la pérdida de presencia de religiosos se traduce inexorablemente en pérdida de identidad de la escuela. Es difícil salirse de esta lógica en un contexto como el español pero, al mismo tiempo, es imprescindible abandonarla porque es un tapón para el crecimiento de la corresponsabilidad de la comunidad educativa que ha de animar la escuela católica. En ocasiones esta lógica actúa como profecía autocumplida pues evita impulsar la corresponsabilidad efectiva en la misión de la escuela. Sin duda, la pérdida de presencia de religiosos supone la privación de una vocación singular en la escuela pero no se puede identificar con la pérdida de la identidad de esta. 

Creo que, en el propósito de mantener la identidad de la escuela católica, además de superar este y otros lastres, conviene avanzar en dos estrategias: el fortalecimiento de alianzas y el pleno y efectivo reconocimiento de la misión de los seglares como protagonistas del proyecto educativo de la escuela.

Las alianzas son la antítesis de la autosuficiencia, del aislacionismo y de un cierto prurito de singularidad. En un contexto de progresiva secularización, las alianzas pueden constituir un ecosistema de identidad que fortalezca a los centros y a sus titularidades. Las instituciones de la familia carismática, la iglesia local, Escuelas Católicas en sus distintos niveles territoriales… constituyen aliados que hay que activar, teniendo en cuenta que el bien común ha de prevalecer sobre los intereses particulares, lo que exige diálogo y elevar la mirada. Un ejemplo de lo que digo puede ser la forma en la que se está afrontando la disminución de la natalidad con la consiguiente reducción de alumnos en los centros.

Por otro lado, hay un camino que recorrer para conseguir un objetivo básico: que las comunidades educativas se sepan partícipes -no solo servidores o receptores- del proyecto educativo de su escuela.  Las Congregaciones han dedicado mucho esfuerzo para elaborar los documentos que definen la identidad de sus escuelas, los fundamentos de su pastoral, de su pedagogía, el modelo de persona y de educador. También lo han hecho para formar institucionalmente a su personal… Esas definiciones, objetivos y contenidos formativos institucionales demandan un clima de relaciones en las comunidades educativas basado en la implicación y reconocimiento de la acción de todos sus miembros. Y en este campo, echo en falta una mirada global de las instituciones que se traduzca en un diseño de políticas que pongan en el centro a las personas, que identifiquen, promuevan y reconozcan el protagonismo de los miembros de las comunidades educativas en el proyecto de la escuela católica. 

En 2007 las congregaciones religiosas eran titulares de 1.971 centros católicos (el 75% de la escuela católica española) y, solo 13 años después, en 2020, son titulares de 1.434 centros (el 56% del total de escuelas católicas), lo que supone una reducción de la titularidad de 498 centros y de un 19% de presencia como titularidad de escuela católica. En ese mismo periodo, las fundaciones han incrementado su número y el número de centros de los que son titulares pasando de 164 en 2007 a 626 en 2020, lo que supone un incremento de 462 centros y de una cuota del 18% del total de centros católicos.

La acusada disminución del número de religiosos descrita al inicio de este artículo no se está traduciendo en una disminución equivalente de centros educativos, sino en una transferencia de su titularidad manteniendo su carácter católico, en muchos casos, a favor de fundaciones creadas por las propias congregaciones. Lo que pueda suceder en los próximos años con los 1.434 centros que siguen estando bajo la titularidad de las congregaciones, es decir, respecto del 56% de las escuelas católicas, plantea un nuevo desafío cuya solución afectará profundamente a la presencia de la Iglesia en la educación de la infancia y de la juventud. 

La supresión o reducción de las comunidades religiosas no ha tenido como consecuencia que los centros en los que estaban presentes se hayan cerrado o hayan abandonado su proyecto educativo cristiano. Cabe inferir algunas causas para ello: la clara opción eclesial por la escuela católica, las alternativas desplegadas para ejercer la titularidad de los centros y la implicación de las comunidades educativas y, muy singularmente, de los educadores en el proyecto educativo. Es necesario seguir profundizando en esas opciones para afrontar los cambios que, aparentemente de forma inexorable, se van a seguir produciendo.  

Fernando López Tapia
@flopeztapia1