Qué bonita la carta de San Pablo a los Corintios que va describiendo todo lo que el amor va salpicando a su alrededor: paciencia, misericordia, humildad, suavidad, solidaridad, agrado, afecto, bondad, verdad… “Todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca acabará”.

Muchos son los interrogantes que se nos presentan en este tiempo y no atinamos a encontrar respuestas. Estamos inmersos en una carrera de incertidumbre y cuando nos acercamos a lo que intuimos es una posible solución aparece otro reto acompañado de un interrogante aún mayor. La humanidad anda con la sensación de estar apagando fuegos, pero no hay un cambio en la actitud que pueda realmente extinguir lo que hace tiempo aprendimos olvidando que somos cocreadores de nuestra casa común. Por eso nos viene bien a todos escuchar o leer que el amor nunca se acabará, aunque…¿Qué forma tiene ahora el amor? ¿Qué color? ¿A qué sabe?¿A qué huele?

La forma de expresar el amor, de poder comunicar lo más profundo de nuestro interior, se tambalea por todos los lados. Hasta el seguimiento a Jesús hace agua cuando la respuesta desde el compromiso más social se ve frenado por tanta mies y tan pocos obreros. El cambio impuesto hacia los hábitos sociales, personales, comunitarios…está haciéndonos tambalear como sociedad que se creía tenerlo todo controlado. Estamos quedando huérfanos de una forma de entender y manejarnos en una vida a la que llamábamos normal.

Pero lo que para unos era normal: realizar compras on-line, tener libertad de movimientos, escoger qué cocinar, dónde comprar, tener un trabajo seguro y digno, una atención sanitaria a la que acudir cuando la necesitabas, ver personas y compartir ratos agradables con ellas decidiendo si mar o montaña, si terraza o interior… para otros nunca lo ha sido ni en el mejor de sus sueños.

Aquello que nos distingue de los animales y nos hace ser lo que somos es el amor. Somos criaturas capacitadas de amor, hechos a imagen y semejanza, eso sí, cuando lo expresamos en nuestro día a día y de forma integral: saludos desde el corazón, encuentros que sobrepasan las cuarentenas, besos, abrazos, caricias, pero en forma de lavatorio de pies, manos que, aunque hayan sido desinfectadas, continúen partiendo el pan levantando cabezas, potenciando capacidades y potenciales que algunos se empeñan en silenciar. Hijos de Dios: mirad cómo se aman.

Del sentimiento profundo y agradable que surge cuando dos miradas se cruzan nace un hola, brotan los besos y hasta nos fundimos en abrazos. Los gestos habían pasado a ser casi más importantes que el amor del que procedían.

El Autor quiere regalarnos su obra como expresión de su amor. Nos gusta tanto y hablamos tanto de la obra que el autor y su mensaje van perdiendo su importancia. Poco a poco y casi sin saberlo el mensaje primero y el autor fueron quedando desplazados y nos situamos como los protagonistas atribuyéndonos la autoría a algo que es regalo, pero también tarea.

¿Cómo hemos podido automatizar algo tan sublime llamado vida? ¿Cómo aprender a coger el sentido y no caer en el desánimo? ¿Y ahora?

¿Por qué hacíamos lo que hacíamos? ¿Y la pastoral en nuestros centros? ¿Cómo dar respuesta a los más necesitados si nos faltan espacios, dinero y el tiempo del que disponemos es solo el lectivo? ¿Qué sucede cuando los voluntarios son personas de alto riesgo? ¿Dónde están ahora los espacios más explícitos para compartir la fe en comunidad si las distancias de seguridad y las normativas nos lo dificultan? ¿Cómo mantenernos en pie y dar respuesta si los comedores quedan vacíos, las extraescolares no salen adelante y las aportaciones voluntarias van menguando? ¿Cómo hacer si no nos derivan alumnos a la concertada? ¿Cómo cuidar a nuestros mayores? ¿Dónde están ahora las hermanas y hermanos que han entregado su vida y que permanecían en voluntariados de portería, fotocopias, secretaría, comedores…? ¿Quién nos salvará? ¿La lotería? ¿La deseada vacuna?
Tssssssh! Silencio. Alguien nos habla.

El Señor de la vida nos pide ahora que vayamos al hondón. Es tiempo de volver al origen, de sentir nuevamente la llamada del buen Jesús a educar desde Su estilo. No nos deja solos. La energía no desaparece, sino que se transforma. No tengamos miedo a dejar de hacer. Tenemos que escuchar el espíritu porque es de Él quien recibimos la creatividad tan necesaria. Es tiempo de volver al ser, a nuestra esencia como escuelas cristianas.

Vamos a pensar, programar, reflexionar, formarnos…pero para que en lo que llaman nueva normalidad Él esté y sea el Señor de cada PEl, de cada sábado y domingo, pero también el de los lunes de tanta gente que amanece en nuestras comunidades educativas sin tener lugar donde comenzar la jornada laboral.

Quizás pasamos demasiado tiempo quejándonos porque no podemos dar abrazos y besos, pero se nos escapa que cuando tengo delante a alguien, continúo estando llamado a sentirle como hermano, a dar las gracias por su vida y a creer en cada una de sus posibilidades. La mascarilla no la llevamos en la cara ahora. Se nos instaló en nuestros corazones mucho antes de la pandemia y nos fue endureciendo y borrando la alegría.

¡Qué más da si ante el encuentro con alguien levanto un codo o una pierna! ¡Qué más da si hago una danza o hago el pino puente con las orejas! porque…si no tenemos amor ¡nada somos!

Quizás teníamos en los colegios grupos de pastoral llenos de la inercia de los años y estábamos tan ocupados preparando dinámicas, proyectos, megafonías, luces, vídeos, salidas, testimonios, efectos especiales en las oraciones que… si nos olvidamos de escucharles, de preguntar cómo están, qué sueñan o desean y de hacer el camino junto con ellos… ¡nada somos!

Asegurábamos el gesto de compartir con el material escolar, los bocadillos solidarios, los grupos cooperativos, los intercambios con diferentes cursos y edades. Podíamos ser hasta centros de referencia en alguna metodología específica, pero, si no es desde el amor…¡nada somos!

Hoy, como antes, somos llamados a tener nuestros centros repletos de la élite, sí, pero de la élite del Evangelio. Por eso más que nunca nuestra misión tiene todo su sentido: cuidar la vida, apuntar la mirada hacia la permanencia, la constancia, la confianza, la paciencia, el encuentro, la escucha. Nos lo canta bellamente Rozalén: “Aprender a escuchar el silencio. Regalar movimientos al viento, yo sola ante este templo… Y busqué hasta el fin. La respuesta estaba dentro de mí”.

Es un tiempo incómodo, también lo era el de Isaías cuando gritaba: Señor que nos oprimen. El suelo firme en el que andábamos con tranquilidad se nos mueve de arriba abajo, pero Él, que es amor, permanece siempre. Nuestros fundadores ahora, como ayer, no dudarían en echar tiempo, rezar, pensar junto con sus grupos y comunidades. Eran maestros del intento en medio de la dificultad. Ellos sabían que merecía la pena porque sabían de quién se habían fiado, llegaban a decir: “Todo irá bien y aún mejor de lo que podamos imaginar”.

Señor:
¡Enséñanos a no tirar la toalla porque tú te la ceñiste desde el servicio generoso a todos!
¡Enséñanos a permanecer! Más allá de lo fácil, lo apetecible, lo claro o lo turbio ¡Enséñanos a no retirar la mirada cuando no te vemos resucitado sino más bien crucificado!

Ayudémonos todos a no cesar en la construcción de una escuela evangelizadora, en una sociedad más fraterna. No dejemos nunca de buscar, mirar y descubrir a Aquel que “…todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca acabará”. No nos cansemos nunca de comunicar con la vida a toda la sociedad que lo nuestro es desde el amor.

Dolors Garcia Gispert ccv
Equipo de Pastoral Escuelas Católicas.