Los juegos de la seducción han formado y forman parte de nuestra cultura. No se trata solo de la seducción amorosa, que es en la que solemos pensar cuando se habla de este tema, son también las seducciones que provocan en nosotros respuestas fáciles cuando se nos pedía capacidad de pensamiento propio, implicación superficial cuando se nos pedía compromiso, imitación cuando se nos pedía imaginación y creatividad.

Vivimos un momento en el que cada vez se conduce más a jóvenes y adultos para preferir lo fácil a lo difícil, lo sencillo a lo complejo y lo rápido a lo lento, en palabras de Benjamin Barber. Es una nueva forma de narcisismo, ya no es solo que nos seduzcamos a nosotros mismos, sino la entrega casi pueril para dirigir nuestras vidas y decisiones en función de lo que nos atrae y nos procura satisfacciones, sin sentimiento de deuda o de obligación.

Una de las misiones de la escuela es favorecer el desarrollo de otro tipo de atracciones personales y sociales. Educar es seducir, pero no en los bienes efímeros mediáticos, sino en la transmisión de saberes y destrezas que se adquieren lentamente, que requieren cierto reposo emocional e intelectual y que nos cautivan por su sentido.

La educación es constructora de futuro. Es, por ello, indispensable que se deje seducir más por la prioridad de la inteligencia, del espíritu y de la formación de las personas, que por las modas de metodologías y sistemas de la inmediatez y la volatilidad. Que nuestras propuestas de formación y de espiritualidad parezcan encontrar espacios de difusión solo en la imitación de los medios que hoy seducen a nuestros alumnos y docentes, es una prueba más de que hemos renunciado a educar y preferido entretener.

Dice el antropólogo francés Gilles Lipovetsky: Ante la sociedad seductora, tenemos que promover una sociedad educadora, permanente y global. La apuesta por una sociedad educadora global mantiene su compromiso por la seducción de los procesos, sin la prisa de los resultados inmediatos; analiza y evalúa, pero sobre todo aprende de sus fracasos y vuelve a levantar, pacientemente, los edificios del saber que las tormentas de la vida echaron por tierra; no se lamenta por las preguntas que se quedan sin respuesta, busca otras nuevas, reformula, aprende al tiempo que camina; no pone la mirada en todos lados, con la desesperación de quien desea que aparezca alguna solución en cualquier sitio, focaliza y aprende a esperar.

Posiblemente, no vivimos la mejor época para que estas sean las seducciones que promueve nuestra escuela. Es evidente que encontramos dificultades para proponer un ritmo y un estilo muchas veces anticultural, pero tampoco lo haremos vendiendo nuestra alma educadora a las modas de lo efímero. 

Cuando Odiseo regresaba a su tierra tuvo que pasar por el reino de las sirenas. Con sus cantos seducían a los navegantes, que se perdían para siempre de sus fines. Para evitar su influjo, Odiseo siguió el consejo de la hechicera Circe y ordenó que todos los que iban en la nave taparan sus oídos con cera, para evitar escuchar el canto de las sirenas. Odiseo, sin embargo, se amarró al mástil del barco con los oídos descubiertos, sin cera, y ordenó que no le desataran, por mucho que suplicase. Erraríamos si nos negásemos a escuchar el canto seductor de las nuevas sirenas, porque como ocurrió con Odiseo, puede que nos regalen valiosos mapas para sabernos conducir, sin temor a encallar, por los caminos de la educación. Pero también debemos aprender a mantenernos firmes, amarrados a los mástiles y no a lo etéreo, sin apartar la mirada de nuestro destino, la Ítaca de nuestra misión educativa.

Pedro José Huerta Nuño
Secretario General de Escuelas Católicas