“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”…

Quién viera por el ojo de la cerradura a ese grupo de hombres y mujeres temblorosos, cabizbajos y taciturnos a los que se les apareció el resucitado, con los ojos de la fe, dándoles sus últimas indicaciones para continuar el camino de la vida. Por mucho que tuvieran un level 2 en seguimiento o estuvieran en un proceso Q como comunidad creyente, los discípulos no acababan de vivir a fondo el perfil competencial que Jesús les había programado con tanto amor e ilusión durante esos años de vida pública. Cada una de las personas que configuraban esa comunidad creyente se sentían poca cosa, asustadizas donde los haya cual pajarillo mojado sin nido debajo de un árbol. Y hablando de pajarillos.

Cuentan que en una zona del sudeste de Australia se ubica una especie preciosa de pájaro en peligro de extinción llamada el mielero regente (Anthochaera phrygia) que se alimenta del néctar de las flores.

El rápido declive de estos bellos animales con plumas brillantes y pequeñas manchas de color miel está producido, en parte, por la ausencia de maestros que enseñen a entonar su canto a los más jóvenes. Ante la situación que están viviendo por la pérdida de individuos y de amenaza por su hábitat, los jóvenes mieleros han tomado una decisión para poder sobrevivir: dejar de cantar su propia melodía e imitar el canto de otras especies próximas a ellos. Debido a esta mala iniciativa las hembras han dejado de escuchar la llamada que se les hacía al amor, no se sienten atraídas por unas tonadas que no les identifica como especie y que, además, son poco atrayentes para la especie en sí.

En esta fiesta de Pentecostés podemos aprender de los mieleros y de la primera comunidad cristiana. Los discípulos estaban, como nos cuenta Juan, con las puertas cerradas por miedo. Era un grupo minoritario y diferente, se sentían amenazados porque escuchaban el mensaje insistente de otros “pájaros” que les invitaban a dejar de ser quienes eran y de ponerse en movimiento por el Reino.

Les acompañaba un ambiente hostil donde el miedo, la incertidumbre y los interrogantes iban helando la cálida esperanza que habían visto a través de su maestro que les invitaba a vivir y comunicar. La dificultad era tan grande que hasta estaban a punto de dejar de cantar al amor de los amores que les había ilusionado con su palabra y acción removiendo sus entrañas.

Y en medio de todo esto “exhaló Su aliento sobre ellos y les dijo: —Recibid el Espíritu Santo”.

A diferencia de nuestras aves australianas, los amigos de Jesús permanecieron juntos, fueron capaces no solo de ver con los ojos del corazón al resucitado sino de escuchar con más fuerza que nunca la invitación al canto y al compromiso que les proponía la batuta del Espíritu Santo. Su ritmo no es el nuestro y su fuerza no nos hace ir vuelta atrás, aunque nos tiemble el cuerpo.

Todos los vacíos pueden ser inundados con Su paz; todas las dudas y bloqueos que estas conllevan pueden ser transidas por la belleza de una alegría tan plena que ninguna dificultad puede ya frenar los frutos y dones que nos trae su compás y silencio: caridad, bondad, sabiduría, fortaleza, paciencia, fidelidad, piedad…

Cuentan que de aquí a unos años la gente mirará por el ojo de la cerradura al grupo humano que formamos en cada comunidad educativa, en cada comunidad creyente y en este contexto que nos ha tocado vivir y seguro comentará: “aunque estaban un poco abrumados, sin saber cómo continuar, cansados de tanto esfuerzo, dolor e incertidumbre, fueron capaces de alzarse por un mundo mejor por medio de la educación y decir a un solo coro todos juntos: ¡Ven Espíritu!

Ven, manda tu luz.
Enjuga las lágrimas, reconforta en los duelos.
Ven, fuente del mayor consuelo.
Continúa animando e impulsando nuestra vida y misión.
Atráenos hacia tu amor.
Susúrranos acogida generosa para cada desplazado,
migrante…buscador de vida.
Ven y alienta cada sueño y esperanza.
Entra hasta el fondo del alma, enriquécenos.
Sé tregua en tanto y tanto trabajo, brisa en las horas de fuego.
Ven e infunde calor de vida derritiendo nuestro hielo.
Ven porque queremos continuar cantando siempre
que la VIDA que hay en nuestros claustros, PAS,
alumnos, familias… merece la pena
ser cantada con gozo eterno.
¡VEN!

Equipo de Pastoral de Escuelas Católicas
@pastoral_ec