El reciente fallecimiento del papa Francisco no ha dejado indiferente a la sociedad. En las calles, supermercados, transporte público… escuchábamos conversaciones centradas en su persona, su mensaje y en las imágenes con presos, niños, inmigrantes… y cierto es que luego derivaban en valoración o crítica a la Iglesia como institución, en propuestas para una nueva organización, en ensalzar más un estilo que a otro, que si corrupción, que si secta, clericalismo, que si poder patriarcal… Definitivamente la muerte de Francisco no nos ha dejado indiferentes.
Una persona me preguntó: «Ahora que ha muerto el papa, ¿se terminará también lo del Pacto Educativo Global (PEG), no?». Me pareció tan chocante que me hizo pensar y me transportó a esa primera comunidad creyente tras la muerte de Jesús, salvando las distancias, claro. Mi imaginación me acercaba a un grupo de personas perdiendo a un líder, tristes, cabizbajos, perplejos, abatidos. Unos dejándose vencer por el “todo se ha terminado” y otros dejándose cuestionar por el cómo: ¿cómo seguir?, ¿cómo continuar?, ¿cómo dar continuidad a lo que oyeron?
Y en esa primera comunidad me vino el “voy a pescar” de Pedro que regresa a lo que mejor sabía hacer. Quizá lo hizo con una inercia envuelta bajo tristeza, decepción, impotencia y rabia. Acababan de matar a su Señor, al líder, al que les había iniciado en un proyecto apasionante, que no solo movilizaba personas sino corazones, poniendo la dignidad, la justicia, la paz, la misericordia, el amor… en el centro. Regresan, sí, pero nuevamente haciendo lo que hacían justo antes de encontrarse con Jesús. Regresan, sí, aunque no de la nueva forma que les había propuesto el maestro. En esa inercia, fuera como fuera la iniciativa, sus demás compañeros le siguieron con un: “nosotros también”.
Menos mal que ante esta desolación y oscuridad el resucitado, que conocía bien a los muchachos, les salió al encuentro nuevamente para ponerse en el centro, regalar paz, acompañarles hasta que dijeron verdaderamente ha resucitado o buscarle entre los vivos. Partió de su valía, de su técnica, de su oficio, les recuerda que el enfoque tiene que ser diferente y que en el centro ya no tienen que estar los peces sino las personas.
Hoy, el papa Francisco, que ha sido fuente de inspiración para muchos, ha terminado su etapa de la forma más alta y de máximo “subidón” posible: en pleno jubileo, en plena octava de Pascua, después de habernos bendecido a todos y volver a poner a los preferidos de Dios en el centro. Lo que para muchos puede también parecer que se termine, como el PEG, que quizá ni siquiera acaba de comenzar en algunos lugares, necesita ser también reenfocado por Jesús, no ya por Francisco.
Tal y como los discípulos podemos continuar pescando, quiero decir, educando, sin más, o podemos continuar ilusionándonos por el mucho trabajo y tan necesario que tenemos entre manos en el mundo que nos ha tocado vivir de apagones y desconexiones fraternas. El resucitado nos recuerda que se necesitan, más que nunca, espacios en los que el verbo educar ponga a la persona en el centro y se conjugue en plural.
No sé si desde los dicasterios, las diócesis… se va a continuar con la «marca» del Pacto Educativo Global. No tengo ni idea de si la dinámica y marca tan potente de Sínodo se querrá frenar (algunos tampoco la han querido iniciar), pero lo que sí tengo claro es que nosotros debemos seguir colaborando en el cuidado de la Casa Común, debemos poner e invertir los talentos de todos, como siento que estamos haciendo tantas instituciones y colectivos de Iglesia.
El PEG no tiene que quedar solo en buenas intenciones, como decía Jorge Bergoglio usando el altavoz de Francisco. Debemos proponer un camino educativo que haga madurar una nueva solidaridad universal y una sociedad más acogedora.
Hoy se nos invita -lleve el apellido PEG o lleve el apellido Sinodalidad- a no dejar de apostar por la cultura del diálogo, del encuentro, del cuidado porque aunque lleven la huella y el empuje de Francisco, llevan la marca y son fuente clara de inspiración evangélica, de la Palabra de Dios que no muere porque sigue estando viva, resucitada en nuestras galileas diarias y eso es lo mejor que nos puede pasar en nuestros colegios, continuar bajo la fuerza del Espíritu, actualizando la fiesta de Pentecostés con aquellos que gritan, se pierden, sufren, nos vacilan y hasta dejan de soñar.
No dejemos de pensar, de ilusionarnos por una educación y unas propuestas que sean consistentes, que eviten la fragmentación de la persona, que huyan de la indiferencia ante el rostro de un ser humano que no nos es ajeno, sino que es nuestro hermano.
Ojalá los espacios donde nos ayudemos a apasionarnos por una educación más abierta e incluyente, espacios sinodales con instituciones y estilos mezclados, sean cada vez más numerosos, pero, de momento, disfrutemos, cuidemos y demos gracias por los que tenemos.
Alegrémonos porque en cada una de nuestras aulas intentamos abandonar la inercia que nos trae la cultura del descarte, poniendo interpelación, confrontación en cada programación, apostando por la crítica constructiva que busca salidas y crea redes.
El papa nos animaba -en nombre de Jesús, el Maestro- a hacer una alianza educativa amplia que forme personas maduras, que superen las fragmentaciones y apuesten por una humanidad más fraterna. Y para eso deberemos huir de la impaciencia. Los años me van confirmando que esto del evangelio es lento.
Agarrémonos fuerte y construyamos caminos educativos, aunque sean pequeños, pero verdaderos, para construir esa aldea de la educación donde todos eduquemos y nos acompañemos, siendo conscientes de que cada acto tiene una consecuencia.
Responsabilicémonos de nuestros actos, de nuestras convicciones, de nuestras decisiones y estrategias. Pongamos en el centro a la persona y no dejemos de estar en profunda conexión junto con otros, los diferentes, que pueden parecernos extraños, raros, frikis, incómodos, pesados… pero del Señor.
Siento profundamente que este es el legado que debemos aterrizar, en honor a Jorge, a Francisco, y en nombre de Jesús. Tomémonoslo en serio. Pongamos de nuestra parte. Contagiémonos primero nosotros y, si el Señor quiere, que muchos más puedan sumarse.
Hoy nos toca ser valientes, más allá del resultado final del cónclave y dar continuidad a la obra del Espíritu. Queda mucho por hacer. Apostemos por espacios donde la escucha, el diálogo, la reflexión conjunta se concrete no solo por pasar un buen rato sino en la construcción de un tejido entre diferentes instituciones: colegios cristianos, colegios de Jesús, que formen personas al servicio del mundo real y actual.
El mayor regalo para estos días es continuar pescando, pero poniendo la red tal y como Él nos pida: “un poco más a la derecha” (1). Los peces se los dejamos a Él; a nosotros, solo, nos toca; solo, nacer de nuevo.
Dolors Garcia
Directora del Departamento de Pastoral de Escuelas Católicas
m0b3gc