En el debate político las palabras parece que dejan de significar lo que son, quedan vacías, dejan de tener contenido y se usan por convencionalismo. Hay determinados “mantras” que se dicen porque sí, porque no cabría decir lo contrario, no sería procedente, no sería “políticamente correcto”, aunque la vida, y los hechos, pongan de manifiesto que igual no es lo que se siente. En realidad, es como en la vida misma. Es como ese “me alegro de verte”, frío y distante de un encuentro casual, que no significa más que a lo sumo un “hola”, o lo que es peor, ese “te quiero” desangelado en una pareja, que en realidad no va más allá de un “hasta luego”.

Todo esto viene a que, en estos días, en los procesos de elecciones internos de los partidos políticos, no dejo de escuchar términos ampulosos y grandilocuentes, como la búsqueda de un partido plural, basado en el respeto a la libertad suprema de sus correligionarios, la importancia de las bases frente al aparato, y la sagrada e irrenunciable posibilidad de elegir de sus afiliados, y me resulta extremadamente curioso, porque se trata de los mismos partidos que quieren cercenar la pluralidad, la libertad y la posibilidad de elegir de los ciudadanos en el ámbito educativo, a golpe de intervencionismo.

El intervencionismo, la injerencia, el colectivismo, siempre es contrario y siempre limita la libertad. En un estado democrático en ocasiones se cede en ese ejercicio de libertad primordial, por un bien igualitario mayor, redistribuidor de justicia, en la medida en que palía las diferencias en el punto de partida. Pero se transige un preciado bien, y por eso debe hacerse de forma excepcional y restrictiva. Es difícil fijar la línea en donde la búsqueda de la igualdad permite y justifica el límite de la libertad del ciudadano, y es difícil que el Estado se contenga, siempre sediento de más control, de más poder… y la Educación, me temo, da mucho de todo eso.

Es cierto que la forma más escandalosa y dramática de intervencionismo en educación es el cierre de unidades concertadas, con demanda social, para obligar a los padres a escolarizar a sus hijos en las plazas vacías de algunos centros de titularidad de la Administración pública (menuda defensa de la escuela pública aquella que se basa no en que sus aulas están llenas porque son elegidas por los padres, sino en que lo están, porque los padres no tienen más opción), en una tendencia ideológica hacia una escuela pública única, como modelo excluyente, que casa mejor con un régimen totalitario que con uno democrático.

Y total, ¿para qué? No es necesario prescindir de la libertad en educación para conseguir ese plus de igualdad, porque lo que la garantiza es la gratuidad de la enseñanza y el acceso universal, y no que la escuela sea pública, es decir, no que la titularidad sea de los poderes públicos, ni que la prestación se realice directamente por la propia Administración.

Pero el cierre de unidades es solo la muestra más radical de intervencionismo, existen otras más sibilinas, más constantes, más persistentes, pero menos aparatosas. Los límites a la autonomía del centro, las injerencias constantes, la “publificación” del centro concertado, suponen un ataque a la libertad de enseñanza desde un punto de vista cualitativo, restringe el desarrollo de su elemento nuclear y fundamental, el ideario, aquello que lo hace singular, distinto, aquello en que la elección de los padres debe ser garantizada, aquello que justifica la existencia de los centros de iniciativa social para permitir el ejercicio de la libertad de enseñanza, y aun su financiación con fondos públicos, para que dicha elección sea real y de todos, y no venga previamente determinada por condicionantes económicos y solo quienes tengan recursos económicos puedan elegir. La unidad concertada se pierde no solo cuando se le quita el concierto y se cierra, sino también cuando se le resta su “alma” y se la convierte en una unidad pública más.

Y encima, ahora, se nos hace palpable y explícito, lo que por otro lado parecía más que evidente, que los alumnos de los centros con autonomía, y que rinden cuentas por ella, obtienen mejores resultados. Ha sido en el informe PISA, alabado o denostado cada vez, según los resultados, pero indudable referente internacional. Y en esto España… hundida en el puesto 31 de 35 países.

Frente a ello la apuesta parece ser por el intervencionismo, y a todos los centros se les limita en autonomía, pero mientras eso en la pública es lamentable, en la concertada es, simplemente, inaceptable.

Total, que al final se trata de perder parte de libertad, una fundamental, de forma gratuita, sin nada a cambio, para ir hacia una educación única e intervenida, para igualarnos por abajo y encima obtener peores resultados, peor educación. ¡Menudo negocio! La escuela pública única es contraria e incompatible con la libertad de enseñanza, y la renuncia a la libertad en su beneficio solo nos hace iguales en que con ella, nadie puede elegir ¿Qué tendrá la libertad, que tanto la temen las Administraciones públicas?

@JMunozdePriego
Jesús Muñoz de Priego Alvear

Autor del libro “Libertad de enseñanza… ¡para todos!”