Leo con cierta sorpresa (léase con tono irónico, lástima que un texto escrito no pueda incorporar voz) un titular en el diario El País en su edición del sábado 16 de noviembre, que dice “Una ministra en la boca del lobo”, artículo de análisis firmado por Juan G. Bedoya.

Entre afirmaciones variadas que realiza el artículo, y que hay juristas y expertos que podrán rebatir sin ningún problema, me encuentro con la afirmación: “En cambio, ante la ministra de Educación (en funciones), Isabel Celaá, se alza el nacionalcatolicismo en pleno. Ha ocurrido en el corazón mismo del poder que más miman los obispos, la educación, agrupado en las Escuelas Católicas y sus 6.000 colegios concertados”.

Desconozco si D. Juan G. Bedoya estaba en el auditorio donde se celebraba el XV Congreso de Escuelas Católicas “#Magister.Educar para dar Vida”… lo desconozco. En cualquier caso, entiendo que si estuvo no podrá obviar el hecho de que allí nadie se alzó ante las palabras de Dña. Isabel Celaá. Cierto que hubo murmullo, como en tantas otras ocasiones, pero a nadie se escapa que el verbo “alzar” suena a algo antiguo cuando sigue de “nacionalcatolicismo en pleno”. No hubo ningún alzamiento, se lo puedo asegurar. Para ser un artículo de análisis debiera ser más riguroso en los términos y en sus comentarios.

Las personas allí presentes escucharon, murmuraron al escuchar unas afirmaciones tan fuera de contexto y lugar (además de discutibles política y jurídicamente), y posteriormente siguieron atendiendo con total normalidad a la Señora Ministra, que después de su discurso recibió un aplauso del auditorio. Se llama educación (no la acción, si no la actitud). Pero lejos de describir lo fácilmente contrastable (puede cualquiera ver el vídeo en el canal de YouTube de Escuelas Católicas), no deja de sorprender la pretensión de que allí se reunía el nacionalcatolicismo en pleno.

No sé a dónde miraba D. Juan (si es que estaba) para hacer esta afirmación, pero les puedo asegurar que desde luego a los asistentes al congreso no. Cientos de profesores, miembros de equipos directivos, la inmensa mayoría de ellos seglares (también padres y madres de familia), que dedican su trabajo y su vida a una profesión tan hermosa e importante como la de educar. También había religiosos y religiosas, cierto. Pero no confundamos la vida religiosa con el nacionalcatolicismo a estas alturas de la película.

Como la frase de D. Juan parece ceñir la referencia de ese supuesto continuismo histórico a “los obispos”, se puede decir que entre 2.100 personas sólo había cuatro obispos. Invitados los cuatro por motivos distintos: el Obispo de Madrid, por ser la ciudad donde se celebraba el Congreso; el Secretario General de la Conferencia Episcopal; el Secretario de la Congregación de Religiosos en la Santa Sede (CIVCSVA), y el Padre Aquilino Bocos, quien fuera tiempo atrás Presidente de FERE-CECA. Cierto es que se invitó a todos los obispos de España. Sigue siendo el mismo el motivo: educación.

Personalmente cansa que se tilde de nacionalcatolicismo a todo lo que suena a Iglesia Católica. Queda muy poco creíble. Basta acercarse a cualquier colegio para comprobarlo. Basta con recorrer los patios de los colegios, hablar con sus profesores, o preguntar a las familias que los eligen para tomar conciencia de cuál es la verdad y la realidad. Aunque algunos quieran encasillar a la escuela católica como fabricante de “nacionalcatólicos” lo cierto, y D. Juan lo debería saber, es que no es así. Con satisfacción podemos decir, con datos, que la escuela católica atiende a la sociedad en la pluralidad que la misma sociedad tiene: votantes de todas las opciones políticas eligen estos centros. Decir lo contrario, es simplemente mentir.

La escuela católica busca dar una propuesta global y de sentido a la educación, ofrece un proyecto educativo a las familias (en cada colegio, con su propia singularidad y especificidad) y son las familias libremente las que deciden, como si de un proceso electoral anual se tratase, dónde matricular a sus hijos. Y lo hacen libremente: nadie obliga a nadie a llevar a sus hijos a un centro católico.

Observo cómo curiosamente el diario El País comienza a denominar a la escuela católica como “subvencionada”. Curioso cambio de adjetivo, cuando en relación con lo económico siempre hemos hablado de “concertada”. Desconcierta este cambio de léxico. Sería quizá más ajustado que hablara de los sindicatos “subvencionados”, los partidos políticos “subvencionados”, y una larga lista de opciones que, sin embargo, muy pocas pueden afirmar que atienden libremente a quien libremente se acerca. El concierto económico permite a la familia poder elegir. Ojalá la libertad, tan amada pero tan temida por algunos, no sea un objeto de lujo al alcance de unos pocos.

Javier Poveda