He ido con mis hijos al cine para ver la película “Coco”, de dibujos animados. Pero la sorpresa la tuve “antes”: iba como regalo extra un corto de Disney – Pixar (aunque como bien apuntó mi hijo al salir “más que un corto es un largo”… ¡son 21 minutos!). El “corto” en cuestión se titula “Frozen, una aventura de Olaf”.
La sinopsis oficial dice así: Es la primera Navidad desde que las puertas del castillo fueron abiertas, por lo que Anna y Elsa deciden recibir a todos dentro de su casa en Arendelle. Sin embargo, cuando los habitantes de la ciudad se retiran inesperadamente para disfrutar sus costumbres navideñas, las hermanas se dan cuenta que no tienen tradiciones familiares propias. Por esta razón, Olaf decide salir a explorar el reino para traer a casa las mejores tradiciones y salvar la primera Navidad con sus amigos.

¿Y qué es lo que el buen muñeco de nieve Olaf va descubriendo? Pues gente que al abrir sus puertas le cuenta su tradición: unos hacen galletas, otros tejen calcetines, otros hornean bizcochos, otros… ¡Qué curioso! ¿Será que Disney-Pixar no sabe cuál es el origen de la Navidad? ¿Será que no podía haber ninguna casa que enseñara un Niño Jesús, pusiera un Belén o fuera a la Misa del Gallo? ¿Ninguna?

Me quedé tan sorprendido que intentaba pensar qué podría pensar un niño que viera el “corto-largo” en cuestión… ¿qué pensaría que es la Navidad? Pues supongo que un eslabón más entre Halloween y las rebajas de enero. Poco más podría sacar en claro. Paquetes de regalo, comida en las mesas y gente sonriendo… sin saber muy bien por qué.

Lo curioso es que en el corto lo único simbólico es que para comenzar la Navidad se tocaba una campana. Y ya está. Puede ser que algún niño lo una con las uvas de Nochevieja.

Es triste pensar que de forma tan descarada se oculte el origen y sentido de la Navidad, y más triste pensar por qué se hace. ¿Tiene algo malo o negativo que merezca ser ocultado el origen de la Navidad? Para el no creyente puede ser simplemente hermoso reconocer que un niño recién nacido nos inspira paz, ternura, bondad, humildad… sentimientos todos ellos hermosos y necesarios. Y para el creyente, reconocer que sólo un Dios inmenso puede hacerse tan pequeño como un niño.

Además de las razones ideológicas que sobre este olvido, sin duda alguna intencionado y consciente, se pudieran decir, es bueno recordar que quien no sabe el origen de sus tradiciones, al final las perderá. Y nos podrá pasar como al propio personaje, el muñeco de nieve Olaf: si no tenemos respuestas de sentido, nos derretimos hasta quedarnos en un charco.

Javier Poveda