La “cultura del miedo” acampa a sus anchas en nuestro mundo globalizado, alimentada por los medios de comunicación que no dejan de alertar de los peligros exteriores, que amenazan nuestro llamado «estado del bienestar»: el avance del Islam, la creciente ola de personas inmigrantes y refugiadas que llegan a nuestras fronteras, la crisis de los mercados internacionales, pandemias que nos aterrorizan solo cuando “aterrizan” en nuestro país en el cuerpo de algún viajero…

Lo sorprendente es ver cómo pasa desapercibido el peor de los monstruos, capaz de devorarnos desde las más profundas entrañas personales y sociales, al que perdemos el miedo desde la más tierna infancia, y convivimos disfrazándolo de “ángel de luz”. Cuando aparecen sin máscaras, de gran tamaño y con nombre: Nóos, los ERE, Púnica, Gürtel… nos indignamos, pero no nos causan temor, ni nos ayudan a desenmascarar los pliegues de corrupción, que los engaños de monstruos más pequeños, dejan en nuestro corazón.

Los profesores vemos este fenómeno cada año más presente en las aulas. El peligro está llegando a ser alarmante, y es urgente poner remedio si queremos que nuestro “estado del bienestar” no se desmorone desde sus bases. La corrupción gangrena todos los tejidos sociales, de forma discreta pero muy eficaz. Comienza cuando el monstruo del fraude susurra al niño que se puede obtener la recompensa esperada sin el esfuerzo exigido por la rectitud; lo prueba copiando los deberes, por ejemplo, y, si no tiene otras voces que le indiquen otro camino, repetirá la conducta, familiarizándose con el monstruo, y temiendo a los “cazadores”. Cuando llega a secundaria o a la universidad es ya un “pequeño corrupto”, que por obtener una mejor calificación (ya no se busca solo aprobar), llega a utilizar la microtecnología más puntera: cámaras diminutas que graban las preguntas de los exámenes a un cómplice que le dicta las respuestas desde el exterior, y oye gracias a pinganillos indetectables en el interior del oído. ¿Qué puede hacer el educador si la voz copartícipe del delito es uno de los padres?

Aunque la mayoría de los fraudes que vemos en las aulas son menores, no dejan de ser graves. Quizás merece la pena dedicar esos minutos de la indignación que sentimos ante los grandes casos de corrupción de nuestro país, a reflexionar, de forma personal y en familia, sobre la honestidad de nuestros actos más cotidianos. La corrupción es como la herrumbre que necesita de tiempo y oxígeno para desarrollarse; un corrupto “no nace, se hace”. La semilla de la bondad está plantada en el corazón del ser humano, pero precisa ser cultivada, y a ello nos ayuda nuestra fe y los valores del Evangelio. David Cameron apeló a recuperar estos valores para hacer frente al avance de los fundamentalismos que generan las guerras. El papa Francisco interpela constantemente al viejo continente a que no olvide sus raíces cristianas y abra los ojos, y las fronteras. También nuestra fe quiere despertar la BONDAD del corazón humano, para luchar contra la corrupción viviendo en VERDAD y construir así un mundo más BELLO.

Mercedes Méndez
@memesira