“Mamá, ¿el abu está ahí, verdad?”

La voz alegre del niño me despierta de mi letargo del largo viaje que hacíamos en bus, también porque me conecta directamente con mi sobrino de 7 años. Levanto la vista y en la carretera sólo veo un cementerio… Sí, allí está el abu…

El abu de mi sobrino, mi padre, me transmitió la costumbre de visitar el cementerio cada vez que voy al pueblo, y algo parecido quiero hacer con mi sobrino. Con mi padre visitaba a cada familiar que “estaba” allí y me relataba la historia de la familia, cómo era cada uno de ellos y las batallas vividas. En la visita de este verano, el pequeño me decía “el abu me quería mucho”. Yo le respondía, “Sí, así es”.

Mantener la memoria viva de los que no están, para mantener viva la experiencia que nos hicieron vivir. Reconocer en este camino de la vida que se nos ha regalado la experiencia de las bienaventuranzas en distintas relaciones y situaciones. Poder expresar que “nos ha querido”, “creyó en mí”, “nos hizo más fácil la vida”, “me sostuvo”, “peleó por darnos lo mejor”, “mantuvo unida la familia”, “ayudó siempre que pudo”, “fue una mujer de paz”… Personas que hoy recordamos porque nos acercaron a esa felicidad compartida que se da cuando nos atrevemos a amar.

Y es importante recordar. Como nos decía Miguel en la película Coco. Hacer memoria de los que nos preceden y los que nos han transmitido una herencia. Ya no es sólo mi pelo rizado o la nariz particular de la familia, es algo más hondo, más de raíz. Familiares, conocidos, gente pública, Santos y Santas de la Iglesia… personas que nos han impactado y han dejado un pedazo de ellas en nuestra vida. Personas que son parte de nuestra Historia personal y colectiva, que humildemente nos han dejado su herencia. Herencia hecha ejemplo, modelo, experiencia, sueño…

Herencia intangible y al mismo tiempo fundamental para ser hoy quien soy. Santos y santas que vivieron el misterio de las bienaventuranzas y permitieron que los que estaban junto a ellos las experimentaran. Personas que siguen siendo revolucionarias al optar por vivir contra corriente, contra lo que nos quieren vender como felicidad, contra las noticias continuas de crispación, de violencia, de injusticia… Personas cercanas, o no tanto, que son nuestros “santos” porque nos mostraron otra manera de vivir más humana, más feliz.

Como dijo el papa Francisco el año pasado por estas fechas, “los santos son los verdaderos revolucionarios”. Desde ahí identifico santos, que ya me acompañan desde el cielo y otros que descubro en “la puerta de al lado” que generan aquí y ahora la experiencia de bienaventuranza. Personas concretas, tan pequeñas y tan grandes como yo, que viven conscientemente el riesgo y el gozo de amar y ser amados.

Santos bienaventurados que con su vida nos dejan como herencia el camino de la felicidad al vivir con sentido, en el intento de ser auténticos y coherentes. Santas que sostienen a familiares, a amigos, a compañeros, a alumnos… en los momentos de reír y de llorar. Que con su manera de estar, de preguntar, de escuchar construyen fraternidad, espacios seguros en los que descansar y mostrarse como uno es en su vulnerabilidad. Personas puente, que queriendo o sin querer acercan personas, curan heridas, posibilitan reencuentros de paz y reconciliación.

Personas de carne y hueso, santos y santas que nos muestran, nos invitan, nos urgen a vivir las bienaventuranzas, que nos dicen que ¡merece la pena vivir así!

Contemplo a mis sobrinos, a muchos niños y jóvenes de nuestros colegios. Los contemplo desde las cifras crecientes de problemas de salud mental, de víctimas de violencia de género entre menores, de número de afectados por guerras y/o pobreza, con consecuencias de diversa gravedad para ellos… Los contemplo y me pregunto cuál será la herencia que les estamos dejando. Qué experiencia de Bienaventuranza están encontrando en su día a día cotidiano.

Y con urgencia vuelvo a mis santos y santas. A la frase sencilla y profunda de mi sobrino: “el abu me quería mucho”.

Que también sea así nuestra herencia para los que viven junto a nosotros.

Zoraida Sánchez Etxaniz
Departamento de Pastoral de Escuelas Católicas