No es posible no comunicar. Todo comunica y todos comunicamos. Estas dos sentencias rotundas, que se reafirman mutuamente, han marcado desde su comienzo el desarrollo del XIV Congreso de Escuelas Católicas. Oviedo nos acogió con un tiempo espléndido y su espectacular Palacio de Congresos fue el escenario adecuado para el encuentro entre el 16 y el 18 de noviembre de sus más de 1.600 participantes.

La persona se construye en la relación. Y si la educación es, ante todo, relación y encuentro, no pueden estar ausentes de la misma los procesos comunicativos. ¿Podríamos llegar a decir que la educación es comunicación? Por eso, unir estas dos palabras —comunicación y educación— no resulta artificial, ni sorprendente. De ellas hemos tratado a lo largo de los tres días de Congreso.

La comunicación sirve para transmitir mensajes, para enseñar, para explicar. Pero llega simultáneamente, y quizá de forma más directa, al corazón. Y aunque no nos lo propongamos expresamente, la comunicación provoca en las personas alegría o dolor, estímulo o desánimo, esperanza o desazón, heridas o consuelo… No podríamos hablar de comunicación y educación sin hablar de las emociones. Es la palabra que completaba el significado del Congreso y que le ha dado nombre: Emociona. Comunicación y Educación.

Si las personas no podemos dejar de comunicar, lo mismo se puede decir de las comunidades y las instituciones. La escuela es comunicación permanente destinada a hacer crecer a las personas. Y la escuela católica no lo puede olvidar. Sabemos —estamos convencidos de ello— que nuestro mensaje es importante, tiene sentido, llena todo de significado. Y para hacerlo llegar a los demás la clave está en su contenido, pero también en quién, cómo, cuándo, dónde y por qué se hace.

La comunicación es fundamental para realizar nuestra misión, para reforzar y transmitir adecuadamente nuestra identidad como escuela católica, para mejorar y profundizar el encuentro con nuestros alumnos y sus familias. Por todo esto, en el Congreso hemos tratado de la comunicación entre profesores, alumnos y padres; de la comunicación de la Iglesia en nuestros días, del anuncio cristiano.

Todo ello ha sido posible gracias al trabajo y la convicción de muchas personas, que han preparado con mimo hasta el más mínimo detalle; a los patrocinadores y empresas que han confiado en la capacidad de convocatoria de Escuelas Católicas; a las personas y organizaciones invitadas que han acudido a la cita; a todos los que han querido sumarse a este gran acontecimiento con su participación emocionada. ¡Muchas gracias a todos!

José María Alvira
Secretario General de Escuelas Católicas