Una de estas tardes tranquilas de septiembre mi hijo de seis años trataba de aprender a cazar pokémons sin que en casa hubiera nadie que supiera enseñarle. De hecho, bajarle la aplicación me costó más de media hora y alguna que otra llamada a mi amigo informático. Al final se aburrió y se puso a jugar a atrapar esferas de pensamiento con su hermana de cuatro años en un juego inspirado en la película “Del revés”. Juego que, por supuesto, también tengo gracias a mi amigo informático. 

Cayendo la tarde recibía la llamada de otro amigo. Pasado su sesenta y cinco cumpleaños me cuenta que renuncia definitivamente a entender el i watch que le habían regalado hacía unos meses. Yo no puedo ayudarle.

Metáfora vespertina de cómo me siento habitualmente en lo que a las TIC respecta: entre dos aguas. Soy de una generación intermedia que se ve en la necesidad de acompañar a sus niños y a sus mayores en el camino de esta revolución mundial sin acabar de tener las herramientas necesarias para hacerlo. He leído, he hecho cursos, he practicado… y me voy apañando, pero ando muy lejos de dominar el smartphone, y miro el mac con más cariño que conocimiento. Tengo una manifiesta relación amor-odio que se refleja muy a menudo en las ocasiones en que me olvido el móvil en casa. Por un lado esos olvidos parecen una necesidad de desconectar pero luego, sin embargo, me paso el día como vaca sin cencerro, un tanto perdida.

Siendo sincera creo que a veces pagamos un precio muy alto por las facilidades que nos permiten las TIC, inconcebibles hace no muchos años. Lo que también es cierto es que no hay marcha atrás y que si me paro a pensar lo que me sucede en este ámbito de las Tecnologías de la Información y la Comunicación no es muy distinto de lo que me sucede en otros ámbitos de la vida. También tengo que guiar a mis hijos en unos hábitos saludables, invitándoles a comer frutas y verduras en lugar de pizzas y hamburguesas; y a la vez recordar a mi madre que es mejor que tome un puré que un embutido porque su estómago no tiene la tolerancia de los 40. Y todo eso sin tener mucho tiempo para que yo misma me cuide y haga una dieta sana.

Esa labor de generación puente tiene muchas vertientes difíciles, muchas aristas, pero probablemente ahí resida su belleza. Nos permite acompañar a nuestros mayores y guiar a nuestros pequeños. Nos regala un papel mucho más importante que el de mero observador: compañeros y guías, padres e hijos, maestros y aprendices… permitiéndonos no saberlo todo pero dando lo mejor de nosotros mismos.

No obstante, conscientes de nuestras limitaciones, por qué no echar mano de toda la ayuda que podamos reunir. Mi amigo informático para el juego de Pokémon, un buen nutricionista para la alimentación familiar y, por supuesto la escuela para una buena educación e integración de los niños. Los colegios, como nosotros, padres, no son perfectos, pero sí son un apoyo imprescindible, en muchos casos ineludible. En este curso recién estrenado entre los nervios y el bullicio de todo comienzo, he podido comprobar la existencia de ciertas desavenencias entre las familias y las escuelas. Aprovecho estas líneas para solicitar a todas las partes un poco de cordura y un mucho de colaboración mutua. Estoy segura de que si nos empeñamos lo conseguiremos, porque al fin y al cabo son esos niños lo que da sentido a nuestra labor de padres y educadores.

Victoria Moya Segura
@victoriamsegura