El papa Francisco ha muerto justo cuando celebrábamos la Vida… Y ha decidido reposar en tu basílica, Santa Maria Maggiore… Y no me sorprende, aunque vuelva a romper los protocolos y tradiciones.

Cuántas visitas, cuántas intenciones descansando en ti, junto a peticiones, agradecimientos, lágrimas… reconozco las mías de los años de Roma, unidas a tantas personas, muchas turistas, otras romanas, que nos acercábamos a descansar en los brazos de la Madre, en el lugar seguro donde el Amor lo perdona y lo acoge todo.

Y sin darme cuenta, llega mayo, tu mes, el mes de las flores. Y hoy, no sé porqué, mayo y sus flores, me hablan de primavera, al menos en este hemisferio norte, me hablan de vida. Tal vez porque necesite con urgencia esa fragancia.

En la Pascua los jóvenes me han hablado de desesperanza, de miedo, de angustia. Nuestra luna mundial es roja, como en Jerusalén hace años, y somos muchos los dolientes que necesitamos unos brazos en los que descansar. No eternamente, sí en lo cotidiano… Necesitamos que nos recuerden que la piedra del sepulcro que retenía el Amor se ha movido y ha dejado surgir la Vida.

Por eso hoy, tu amor de Madre es más urgente. Necesitamos tu abrazo maternal. Hay muchas Marías que me visitan, me abrazan y me llevan a ti, en las que reconozco un abrazo continuo que salva, que sostiene…

La María de casa, farmacéutica, que va poco a poco empoderándose y recuperando su dignidad como mujer, y desde ella educa a su hijo y a su hija. Educando en la sensibilidad hacia los más vulnerables, los ancianos, los enfermos, defendiendo con la denuncia y el compromiso la dignidad humana… especialmente por la mujer maltratada, vulnerada, anulada… educando en la ternura que vive en el riesgo de afectarse y contagiarse de la vida, con lo que venga…

Otra María, Mauricia, que ve morir a su hija de un cáncer metastásico con 40 años. Como tú, María Madre, siendo tu amor el sostén y luz de la esperanza ante una cruz que muchos pensamos que la hundirá… como aquellas de tantas guerras, de tantas violencias, de tanta hambre y sed de justicia que hieren, a veces de muerte, a nuestros hijos e hijas… María Madre en la Piedad… tan viva en Gaza, en Ucrania, en tantos lugares de África y del mundo en violencia… Madre dolorosa, como acompañábamos en la Pascua, en ese dolor profundo… no sé si hay mayor dolor, de una madre o padre que ve sufrir y morir a su hijo o hija…

La María Raquel, joven y valiente, enfermera, que siguiendo los pasos de Jesús decide irse a trabajar a las islas,  que opta por vivir junto a ese mar-cementerio por el que nos juzgarán, para recibir y acoger a los que se juegan la vida en un cayuco y, como ella nos decía en la Pascua, descubrir en esas personas que llegan la esperanza de una vida mejor que transmiten aún con sus ojos cerrados…

La María Genoveva, amiga del corazón, que se salta los protocolos, con su pequeña mochila, para llorar al amigo de cerca, sin mediaciones, de tú a tú… como de tú a tú llevó a las personas descartadas del sistema, a las prostitutas y transexuales, a los que acompañó hasta ti, y te llevó a ellas…

Y es que te descubro en muchas Marías madres, personas sencillas que son primavera, que son vida naciente en este momento sufriente. Que hablan de ese sí renovado, actualizado en el momento actual para que la Vida Encarnada sea posible también hoy.

Te miro, y te descubro como primavera, dando un sentido mayor a este mes de mayo, mes de las flores, mes de María. Y te descubro como elemento común en las puertas que este año nos están guiando.

Seguimos en el año jubileo, donde la Puerta Santa sigue abierta para concedernos el perdón y el abrazo que sana y restaura. El abrazo materno, paterno. Esa primera puerta donde Dios rompió los cerrojos de la divinidad-humanidad, está unida a la segunda puerta de la Pascua, donde cada uno de nosotros está retado a permanecer ante el misterio de la Muerte y Resurrección de Jesucristo.

Y en ambas puertas, como bisagra, estás tú, María Madre… En un sí silencioso, profundo, posibilitador de la Vida, respetuoso con el misterio y sosteniendo nuestra humanidad limitada, sobrepasada por el dolor y la Vida. Tú, María, puerta de la Luz que nos inunda y nos salva.

Como recorre la canción, eres la gran presente en la vida de Jesús, en su aprendizaje, en su gloria, en su muerte, en la nueva vida… Eres bisagra que posibilita que nuestras puertas se abran y la vida de nuestro día a día y esa Vida regalada que Dios nos tiene preparada se encuentren.

Como Madre, eres amor fiel en cada recodo de la vida. Tantas veces escondida, guardando todo en el corazón. Pero que se hace fuerza de paz y abrazo maternal cuando lo necesitamos, cuando la realidad muestra su cara más dura y se hace más urgente el abrazo maternal, el abrazo fraterno, que cura y restaura.

Querida María Madre, como dijo Francisco, estás por delante de obispos, por delante de todos. Nos guías en este camino, de Nazareth a Belén, de Belén a la Cruz… Nos mantienes en la corriente de la vida para que no olvidemos a los últimos, y tampoco el calor del Amor que ha vencido a la muerte.

Tú eres la puerta de la Luz.

Zoraida Sánchez
Departamento de Pastoral de Escuelas Católicas