Cada 9 de mayo, Europa celebra su día. Una fecha que conmemora la histórica Declaración Schuman de 1950, en la que el entonces ministro francés de Asuntos Exteriores, Robert Schuman, propuso la creación de una Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Lo que parecía en ese momento un gesto para compartir recursos estratégicos entre Francia y Alemania, países enfrentados por siglos de guerras, resultó ser el primer paso hacia un ambicioso proyecto político: la Unión Europea, un espacio de unidad, paz y pueblos hermanos, que más allá de las fronteras, comparten democracia y valores humanos.

Hoy, más de siete décadas después, el Día de Europa no es solo una celebración, es una oportunidad para recordar y reflexionar sobre lo que supone el proyecto europeo a sus 27 países y a sus casi 450 millones de  ciudadanos. Cada día esta Unión Europea es una apuesta firme por la paz, la solidaridad y la cooperación entre pueblos que durante siglos se habían agredido y conquistado mutuamente. 

En un mundo que vuelve a ver brotes de guerra en suelo europeo, con la invasión rusa de Ucrania como telón de fondo, el significado del Día de Europa cobra una nueva y poderosa dimensión. Ya no es solo un acto conmemorativo del pasado, sino un llamamiento urgente al presente: preservar la unidad, reforzar los lazos comunes y defender los valores democráticos que sustentan la convivencia entre naciones democráticas.

La Unión Europea no es perfecta, y sus crisis económicas, migratorias, desde el Brexit hasta la pandemia, han mostrado sus vulnerabilidades. Pero también han revelado su capacidad de adaptación y su papel como elemento estabilizador en un mundo cada vez más fragmentado.

Mi corazón marinero me dice en estos tiempos de incertidumbre, que la UE se convierte en un ancla que sujeta fuerte el barco para que no garree, que suelta los cabos cuando hace falta y que iza velas para navegar con el viento que toque en cada momento. En tiempos de conflicto, nuestra Europa es un puerto seguro, una zona protegida, una línea de vida, un nudo marinero del que nadie duda y un faro que te va a iluminar a aguas tranquilas. 

La paz, muchas veces olvidada o subestimada por las nuevas generaciones, es el cimiento invisible sobre el que se ha construido todo lo demás: la prosperidad económica, la libre circulación de personas, la cooperación científica, la estabilidad financiera y económica, los programas educativos como Erasmus+ o la defensa común de los derechos humanos.

Nada de eso sería posible sin la voluntad explícita de dejar atrás el nacionalismo excluyente y construir un destino compartido.

¡Más Europa para un mundo mejor! 

Jacobo Lería Hernández
Responsable Proyecto Célula Europa